Separar las personas del problema

Todas las negociaciones tienen componentes emocionales y afectivos implicados.
Todas las negociaciones tienen componentes emocionales y afectivos implicados.

 

El Proyecto de Negociación de Harvard es una iniciativa académica, con orientación práctica, de la Universidad de Harvard que trata de ofrecer recursos sobre negociación para profesionales. La estrella de este proyecto es el libro de Fisher y Ury, Obtenga el sí. El arte de negociar sin ceder. Allí se ofrece un método de negociación, con reglas concretas, desde un enfoque alternativo y que incide en algunos aspectos clave de toda negociación.

La primera regla de este método es: Separar las personas del problema. En muchas negociaciones, las relaciones humanas, las emociones, e incluso, la diferencias culturales son muy relevantes para comprender el desarrollo de las acontecimientos. Es más, en ocasiones, todos estos elementos son más decisivos para el resultado final que el tema en sí sobre el que trata la negociación. Algunas veces, incluso, las personas son el problema que no permite seguir con el proceso negociador o lo dificulta en gran medida.

El papel de las emociones en las negociaciones es una variable a tener en cuenta y que puede tener una relevancia clave. Fisher y Ury hacen reflexionar sobre el hecho que los negociadores son, primero, personas. Esto tiene varias implicaciones. Algunas de ellas van en la línea de atender a cuidar la relación y las emociones entre negociadores. Otra tiene que con las diferencias culturales o sociales que pueden influir.

En ocasiones, la mejor manera de gestionar una negociación, con problemas emocionales implicados, es hacerlos explícitos de una forma educada.  A partir de allí se puede construir una relación más franca que trate –ahora sí- de verdadero objeto de la negociación. En otras ocasiones, algunas personas hacen concesiones sólo para mantener su buena relación personal con la otra parte. En esos casos, se deben delimitar claramente el objeto de la negociación de la relación entre las partes. Y afirmar la legitimidad de esa separación sin que afecte a la relación personal. De otra forma, se puede llegar a pensar que la otra parte cultiva su relación de forma interesada.

Otro consejo, relacionado con los anteriores, de Fisher y Ury es: ponerse en el lugar del otro. Ya he abordado antes esta visión, pero es un elemento clave de las negociaciones. Aprendemos del ejercicio de imaginarnos en las circunstancias en que se sitúa la otra parte y esto nos permite predecir sus acciones futuras. Este ejercicio está especialmente indicado para situaciones donde hayan diferencias entre las partes. Estas diferencias jugarán un peso -implícita o explícitamente- en las negociaciones.

Una de implicaciones de este ejercicio de ponerse en el lugar el otro es analizar la cuestión de cómo salva la cara la otra parte. Es decir, si la oferta o los términos de la negociación permiten a la otra parte una buena solución, compatible con sus valores o expectativas razonables. Las partes deben explicar y justificar el resultado obtenido de la negociación. En este sentido, una negociador inteligente debe preocuparse por cómo salva la cara la otra parte y esto supone haber internalizado su punto de vista.

Otra perspectiva que ofrecen Fisher y Ury es: ten en cuenta las preocupaciones de la otra parte. Las partes tienen intereses, preocupaciones y prioridades diferentes y quizá, por eso, existe un espacio para la negociación. Es más, explorar esa diferencias puede dar sus frutos. Es relevante atender aquello que preocupa a la otra parte, aunque no esté directamente relacionado con el objeto principal de negociación.

Separar las personas del problema es un principio relevante, y a tener en cuenta, en las negociaciones. Supone reconocer que somos seres humanos y existen aspectos de las relaciones entre las partes que pueden influir en el resultado. Las personas no deben ser el problema, sino parte de la solución.

 

Mire hacia delante, razone hacia atrás

arte estrategia foto
Estudiar decisiones del pasado ayuda a predecir comportamientos del futuro

 

¿Cómo tomar las mejores decisiones? En su obra El arte de la estrategia, Dixit y Nalebuff intentan seguir dando respuesta a esta cuestión en la línea de su obra anterior Pensar estratégicamente. Estos autores parten de considerar que, en la vida, casi todo puede ser considerado un juego. Con ilustrativos ejemplos de los negocios, la política, los deportes y la vida cotidiana, Dixit y Nalebuff consiguen un libro ameno sobre la ciencia y el arte de la estrategia, desde la perspectiva de la teoría de juegos, que definen como “la rama de las ciencias sociales que estudia la toma de decisiones estratégicas”.

En un pasaje, se refieren al ajedrez como un juego donde se muestra la ciencia y el arte de la estrategia. La ciencia tiene que ver con aspectos deductivos, lógicos y de aplicación de la racionalidad. El arte tiene que ver con determinadas habilidades, con un capacidad intuitiva, de creatividad y, como se verá, de desarrollo de la empatía. Los dos aspectos son complementarios y necesarios en una buena estrategia

Los juegos de estrategia se caracterizan, generalmente, por  la interdependencia de las decisiones de los jugadores. Este es un concepto clave que significa que nuestros resultados dependen de las decisiones de los demás y los resultados de los demás dependen de nuestras decisiones.  Estas interacciones pueden darse de forma simultanea o consecutiva.

La primera regla de la estrategia, según Dixit y Nalebuff, es: mire hacia delante, razone hacia atrás. Esto puede tener diversas traducciones, pero supone que el comportamiento, los motivos o los incentivos, en el pasado, de los jugadores ayudan a predecir sus acciones futuras y, en base a esta predicción, se debe situar la mejor decisión en cada momento.

Desde la metodología de la teoría de juegos, se desarrollan árboles de juego y árboles de decisión donde se sitúan a los jugadores ante todas sus posibles alternativas y, generalmente, se le asignan a cada una de éstas un valor según su peso en la decisión final. Esto permite ver las cosas con más claridad, ver los efectos de las diversas interacciones y prever la mejor respuesta.

Uno de los juegos que mencionan Dixit y Nalebuff es el juego del ultimátum. Aquí dos jugadores deben repartirse una cantidad de dinero, digamos 100 euros. Existe un proponente que realiza una oferta de reparto y un respondente que puede aceptar o no. Si están de acuerdo, ambos se llevarán la cantidad acordada, pero si el respondente no acepta, nadie se llevará nada. ¿Cómo solucionaría este caso?

Habría varias posible formas de solucionar este juego que dependen de cuestiones como los valores de los jugadores, sus diferencias culturales, las veces que se ha de jugar, su nivel de envidia, su miedo a perder… En general, de los experimentos realizados la mayoría quedaba en la franja de 40 o 50 para el respondente. Pero si fuera respondente, ¿aceptaría la oferta de 20 euros para Vd. y 80 para el proponente? ¿O preferiría que los dos perdieran?

Esto nos lleva a la cuestión de los motivos de cada jugador, lo que está vinculado con el tema más amplio de la naturaleza humana. Parecería que los presupuestos de la teoría de la elección racional para la noción de ser humano son la racionalidad y el egoísmo. Es interesante que Dixit y Nalebuff en El arte de la estrategia sostienen que la teoría de juegos, y su noción de ser humano, también está vinculada con al altruismo o la búsqueda de la justicia.

Una segunda regla estratégica relevante es: ponerse en el lugar del otro. Esto significa que la mejor forma de predecir el comportamiento futuro de un jugador es internalizar su punto de vista, su información, sus opiniones y sus valores. De ese ejercicio de ponerse en la piel del otro –putting in his/her shoes– se pueden aprender muchas cosas y obtener -algo más que- indicios de lo que serán sus acciones futuras.

Esta regla está vinculada con el concepto de empatía, que tiene un indudable trasfondo ético. He defendido la noción de ética de la alteridad como el aprendizaje moral que se produce de internalizar los valores de la diferencia. Esta visión se opone tanto al relativismo del todo vale y como a cualquier tipo de alterofobia (racismo, misoginia, xenofobia, antisemitismo, homofobia, edadismo,..) Se aprende de la diferencia, lo que no supone renunciar a los propios valores, sino más bien enriquecerlos.

La vida tiene constantes y múltiples interacciones. Aprendamos de los demás seres humanos y será más fácil anticipar el futuro.

 

¿Por qué no hay guerras nucleares?

El elemento clave es la disuasión basado en la segura y grave represalia
El elemento clave es el equilibrio de disuasión basado en el miedo mutuo a la represalias

 

No es una pregunta frecuente y esperamos fehacientemente que nunca ocurran, pero Vds. no se han planteado por qué no han sucedido guerras nucleares. La respuesta a tan inquietante cuestión la encontramos en el libro de Robert Ayson, Thomas Schelling and the nuclear age donde se explican las ideas de Thomas Schelling, Premio Nobel de Economía en 2005, que ha hecho importantes contribuciones el mundo de la estrategia y las relaciones internacionales.

En varias de sus obras, Schelling analiza la cuestión del armamento nuclear desde la perspectiva de la estrategia. Más bien, su enfoque consiste en convertir  las relaciones internaciones, especialmente las decisiones militares, en un territorio eminentemente estratégico. De sus aportaciones se puede aprender para otros ámbitos donde se quieran desarrollar estrategias y tener éxito.

Los conceptos clave, según Schelling, para explicar la era nuclear son estabilidad y equilibrio de disuasión. La estrategia debe estar encaminada para buscar la estabilidad entre las partes. Y esta se consigue con el equilibrio de disuasión, que se basa en dos elementos: a) una situación en que los incentivos para las dos partes para iniciar una guerra son sobrepasados por los desincentivos; b) es “estable” cuando es razonablemente segura contra shocks, alarmas y perturbaciones.

Por tanto, se ha desincentivar el inicio del conflicto y se debe prevenir sobre sucesos inesperados, como un ataque por sorpresa.  La lección de Schelling en la era nuclear es que son los incentivos y desincentivos respectivos lo que condiciona la estabilidad.

En su explicación sobre la estrategia nuclear, Ayson alude a los trabajos de Brodie que dan la clave: “precisamente porque no existe defensa contra la bomba atómica, cualquier parte, que posea armas atómicas, amenazada con ser atacada, tiene la habilidad de imponer grandes costes al atacante.”

El estado de equilibro se produce por ‘miedo mutuo a las represalias’. Los costes de todo tipo que suponen el uso de armas nucleares desincentivan un ataque por miedo a las respuesta, en forma de contraataque, de la otra parte.

El equilibrio se produce porque ambas partes tienen desincentivos en iniciar un ataque ya que los costes de asumir un ataque de la otra parte son muy altos. En este contexto, se debe tener especial prevención con los ataques sorpresa y las situaciones inesperadas que puedan modificar el equilibrio.

Se puede afirmar que el equilibrio en la era nuclear tiene aspectos que se asemejan al dilema del prisionero. Así, las traiciones de los jugadores tienen un muy alto coste para ambas partes porque existe una regla de respuesta en forma de contraataque nuclear.  Como explica Poundstone, la guerra nuclear sería un caso de bombardeo simultaneo y mutuo. Ya en 1945 el Senador Brien McMahon dijo: “Si llega a producirse un Pearl Harbor nuclear, no habrá un jurado de hombres de Estado que sobreviva para estudiar el caso.” (Poundstone, El dilema del prisionero)

El enfoque de Schelling se centra en el papel de la estabilidad y la negociación en la era nuclear. Podríamos extraer algunas conclusiones desde su enfoque: la mejor estrategia es que la que busca la estabilidad; la estabilidad se garantiza si los desincentivos a iniciar un conflicto son mayores que los incentivos; el equilibrio de disuasión se produce por miedo a las represalias de la otra parte, que suponen un gran coste; la mejor alternativa a una carrera armamentística sin fin es la negociación.

Es decir, la estabilidad se garantiza por los desincentivos de las partes hacia el conflicto y por miedo a la seguras represalias, que suponen grandes costes. Disuadiendo el conflicto, se llega al equilibrio.

 

Prisioneros de un dilema

La solución dilema del prisionero puede variar si se juega una vez o más veces.
La solución dilema del prisionero puede variar si se juega una vez o más veces.

 

Albert Tucker, un distinguido matemático de Princeton, fue invitado a dar una conferencia en 1950 en la Universidad de Stanford. Allí planteó por primera vez este dilema:

“Dos hombres, acusados de infringir conjuntamente la ley, han sido confinados por la policía en habitaciones separadas. Se dice a cada uno que:

 

1.- Si uno de ellos se confiesa culpable, pero el otro no, el primero recibirá una recompensa, … y el segundo será castigado.

2.- Si ambos confiesan, se castigará a los dos.

Al mismo tiempo, cada uno tiene buenas razones para creer que:

3.- Si ninguno confiesa, ambos quedarán libres.”

 

Aunque había un trabajo anterior de Flood y Dresher sobre el tema, Tucker fue el primero que lo bautizó el dilema del prisionero. Las implicaciones de este dilema son múltiples en política, relaciones internacionales, economía e, incluso, la vida cotidiana. La historia de cómo surgió y alguna de sus aplicaciones son recogidas en el libro titulado El dilema del prisionero de William Poundstone.

En un dilema, suele darse que sea cual sea la solución, ésta implica una pérdida, un sensación de remordimiento o pesar. El dilema del prisionero es difícil porque desafía al  sentido común, dice Poundstone. Analizaré, a continuación, las opciones e implicaciones del dilema.

Existen dos opciones para los dos jugadores: cooperar o traicionar. Si un jugador A confiesa, opta por traicionar a su compañero. Caben dos posibilidades: a) que el otro jugador B haga lo mismo, entonces el resultado final es pésimo y los dos son castigados; b) que el otro jugador B no confiese, opte por cooperar y entonces, el resultado es muy bueno para el jugador A –es recompensado- y malo para el jugador B –es castigado-.

Si el jugador A opta por cooperar y no confiesa. Existen dos posibilidades: c) que el otro jugador B haga lo mismo, entonces el resultado final es bueno –ambos quedarán libres-; d) que el otro jugador B opte por traicionar a su compañero y opte por confesar, entonces el resultado es malo para el jugador A –es castigado- y muy bueno para el jugador B –es recompensado-.

Es uno de los más famoso juegos de estrategia donde se ve hasta que punto es clave la interdependencia de los jugadores. Haga lo que haga el jugador A el resultado final depende lo que haga el jugador B y viceversa. Existe un incentivo a la traición al otro jugador, pero si los dos siguen ese incentivo, y traicionan, el resultado es pésimo para ambos.  Si ambos cooperan, el resultado es bueno, pero es difícil obtener este resultado debido al incentivo a la traición y a la imposibilidad de comunicarse.

Algunos consideran que el dilema del prisionero no tiene una solución. Otros han incidido en el hecho de que varia si el juego se da un sola vez o se juega más veces. Si se juega una sola vez, existen grandes incentivos a traicionar siempre que la otra parte no haga lo mismo. Eso no se puede garantizar y por eso es un dilema.

Lo más interesante es si el dilema del prisionero se ha de jugar muchas veces. Entonces es cómo se ha llegado a justificar la necesidad del pacto, del acuerdo entre los jugadores. Esto ha sido una forma de justificar la existencia de normas jurídicas que garanticen que se van a cumplir los acuerdos.

En el Estado de Naturaleza de Hobbes, había libertad natural pero una gran inseguridad, regía la ley del más fuerte. Aunque pudiera haber comportamientos cooperativos, existía un incentivo a la traición. De allí se llega al Pacto social que garantiza la paz y la seguridad, que asegurar que los jugadores cooperen y no se traicionen.

En un caso donde se descubre que el tesorero de un partido político, durante bastantes años, tiene 50 millones de euros en cuentas en Suiza. En algún momento de este caso, se daría un esquema parecido al dilema del prisionero. Ambas partes tendrían un resultado mejor si no confiesan y llegan a un acuerdo, pero existe un incentivo a la traición.

El dilema del prisionero muestra que los entornos cooperativos deben ser promocionados con la existencia de pactos o acuerdos. Si estos no existen, existe un incentivo a la traición que no garantiza el mejor resultado ya que se da interdependencia de las jugadas. Si ambos traicionan, el resultado el pésimo. Si ambos cooperan, el resultado es bueno. Si uno coopera y el otro traiciona, el resultado es malo para el primero y muy bueno para el segundo.

Hay muchas lecturas y aplicaciones del dilema del prisionero. Una posible es que la cooperación, a largo plazo, está mejor garantizada por un pacto o acuerdo. Justifica la necesidad de llegar a acuerdos que fomenten marcos cooperativos.

¿Quién le pone el cascabel al gato?

El Estado de Naturaleza es una guerra de todos contra todos.
El Estado de Naturaleza es una guerra de todos contra todos.

 

En el inicio de Pensar estratégicamente, Dixit y Nalebuff explican unos cuentos relacionados con elementos estratégicos. En concreto, uno de ellos dice así “en el cuento infantil sobre quién le iba a poner el cascabel al gato, los ratones deciden que la vida sería mucho más fácil si el gato tuviera que llevar un cascabel al cuello. El problema era quién arriesgaría su vida para ponerle el cascabel.” Esto hace referencia a un famoso problema de acción colectica, que se conoce como dilema del prisionero. La primera versión de este problema aparece en una obra del siglo XVII que fue escrita por Thomas Hobbes y se llama Leviatán.

En este tratado el autor formula, por primera vez, la teoría del Contrato social como forma de justificar el Estado. Para ello imagina como sería una sociedad sin leyes y sin Estado y le llamó Estado de Naturaleza.

Los seres humanos son mutuamente vulnerables y tienen una relativa igualdad de facultades. Lo cual hace, según el relato hobbesiano, que compitan por determinados objetivos, se produzca la desconfianza y se llegue a la guerra. Hobbes sitúa en la naturaleza del hombre tres causas principales de disensión: la competencia –hace que los hombres invadan el terreno de otros para conseguir ganancias-,  la desconfianza –para lograr seguridad- y la gloria –para adquirir reputación-.

Aquí la famosa frase de que el hombre es un lobo para el hombre. Hobbes describe el Estado de Naturaleza como una guerra de todos contra todos donde “la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”.

La vida se compone de elecciones que tienen sus puntos a favor y en contra y, en este caso, se puede sintetizar en una dilema entre guerra y paz. Si se opta por la guerra, los seres humanos permanecen libres, a lo que aspiran naturalmente, y pueden ejercer el dominio sobre los demás. Si se opta por la paz,  se garantiza la propia conservación, el deseo de obtener las cosas necesarias para vivir cómodamente, y la esperanza de que, con su trabajo, pueda conseguirlas.

Pero para conseguir la paz, se necesita un poder común que haga cumplir los convenios y obedecer las leyes. Además de la guerra constante, lo que caracteriza al Estado de Naturaleza es la ausencia de un poder que haga cumplir los pactos y normas. Y aquí viene el dilema ¿quién le pone el cascabel al gato?

Existe una situación óptima que requiere la cooperación de ambas partes –paz- y una situación mediocre que supone la competición de ambas partes –guerra-. También existen situaciones intermedias donde uno coopera y otro compite donde una parte gana y otra pierde. El equilibrio se sitúa, en principio, en la situación mediocre –guerra-, pero si ambas parte llegasen a un acuerdo llegarían a un estado óptimo –paz- Pero para que el acuerdo sea estable debe haber garantías de que ninguna parte va a traicionar a la otra.

El resultado óptimo necesita del acuerdo estable entre las partes. Explicado de forma sintética, esta visión subyace a la lógica del Contrato Social. El Estado se justifica porque se garantiza de forma estable que se cumplan los convenios y se obedezcan las leyes. Ha de ser un Estado porque un grupo de personas o una multitud de personas no garantizan que alguien traicione el pacto o no quiera cumplirlo.

Es más que concordia o consentimiento, explica Hobbes “es una verdadera unidad de todos en una y la misma persona, unidad a la que se llega mediante un acuerdo de cada hombre con cada hombre, como si cada uno estuviera diciendo a otro: “Autorizo y concedo el derecho de gobernarme a mí mismo, dando esa autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la condición de que tú también le concedas tu propio derecho de igual manera y les des esa autoridad en todas sus acciones. Una multitud así unida en una persona es lo que llamamos Estado, en latín Civitas”.  

Según el enfoque hobbesiano las funciones principales del Estado son garantizar la paz y la seguridad. Alguien podría sostener que nunca ha firmado un contrato parecido al formulado por Hobbes. La respuesta que se podría dar es que está disfrutando del resultado óptimo –paz- y que esto es preferible al resultado mediocre –guerra- donde es libre, pero sometido a una gran inseguridad y peligro. Mantener el resultado óptimo de paz requiere un acuerdo para tener un poder común –Estado- que haga cumplir los pactos y que se obedezcan las leyes. Hobbes fue el primero que puso el cascabel al gato, que dijo que era preferible la paz y la seguridad garantizadas por el Estado, que la libertad natural que aboca a la guerra de todos contra todos.

 

Pensar estratégicamente

Las jugadas estratégicas son promesas y amenazas.
Las jugadas estratégicas son las promesas y las amenazas.

 

En un libro, que ya es un clásico, Dixit y Nalebuff desarrollaron una serie de nociones y análisis sobre estrategia con interesantes ejemplos de la política, los negocios y la vida cotidiana. El libro, que se llama Pensar estratégicamente, tenía un afán divulgativo y explicativo de ciertas aplicaciones de la teoría de juegos, que en algún momento, definen como la ciencia que se ocupa de las decisiones humanas.

En la introducción del libro ofrecen una definición sobre que es pensar estratégicamente, para Dixit y Nalebuff “es el arte de superar a un adversario a sabiendas de que el adversario está haciendo lo mismo con uno.” Esta es una definición demasiado competitiva de la estrategia y los propios autores han ido evolucionando hacia una concepción más cooperativa.

En Pensar estratégicamente, los autores analizan nociones como cooperación, negociación, votaciones, subastas… donde muestran la relevancia de la estrategia. En concreto, me ocuparé en este post de las jugadas estratégicas. Según Dixit y Nalebuff, “una jugada estratégica está diseñada para alterar las creencias y las acciones de otros en una dirección más favorable a uno mismo. El rasgo mas distintivo es que uno limita a propósito su propia libertad de acción”

El punto clave de las jugadas estratégicas es la credibilidad. Es decir, los anuncios y comunicaciones que se realizan a la otra parte, para influir en sus expectativas, deben ser creíbles y no asomar duda sobre nuestra previsible conducta. El objetivo de las jugadas estratégicas es modificar la visión y las expectativas de la otra parte y finalmente modificar sus acciones.

En los juegos consecutivos, el primero que juega tiene una ventaja estratégica al jugar primero y puede hacer una jugada incondicional. El segundo jugador responde al comprometerse con una regla de respuesta, que puede ser de dos tipos:  una amenaza o una promesa. Una amenaza es una regla de respuesta que castiga a quienes no cooperen con uno. Una promesa es una regla de respuesta que recompensa a quien coopere con uno. La estructura de ambas es similar: es la autolimitación de la voluntad en respuesta a una posible acción de la otra parte.

Se quiere influir en las acciones y expectativas de los demás, con una regla de respuesta basada en unos incentivos hacia ellos, que limitan la voluntad de quien los realiza. Existe un elemento, un tanto paradójico, sobre el uso estratégico de promesas y amenazas.  Estas funcionan como avisos de las consecuencias sobre comportamientos de la otra parte. Estas han de ser creíbles, pero su uso estratégico está en su formulación.

En el reciente caso de Gibraltar, entre España y Reino Unido, una parte introduce los bloques de hormigón en el mar lo que impide la pesca de la otra parte. La regla de respuesta es imponer severos controles en la frontera y amenazar con una tasa de 50 euros por cruzarla. El objetivo de la regla de respuesta y la amenaza es presionar para que cesen las acciones que impiden la pesca. Naturalmente la mejor alternativa es negociar, pero el movimiento estratégico aumenta el poder de negociación.

El éxito de la jugada estratégica es condicionar las acciones de la otra parte. Si alguien realiza una amenaza y los demás modifican su rumbo, ésta habrá sido una buena jugada estratégica. Existe un punto diabólico en el caso de las promesas, ya que si cumplen su función estratégica y la otra parte realiza la acción deseada, existen incentivos a no cumplir con la palabra dada. Aquí se podría pensar como se actuaría desde los modelos éticos analizados: deontológico, consecuencialista, maquiavélico y virtuoso.   

En el análisis de las jugadas estratégicas, Dixit y Nalebuff hacen una interesante reflexión sobre el papel del contexto. Según el status quo, habrá promesas en forma de amenazas y amenazas en forma de promesas.  De la misma forma que depende del contexto su carácter apremiante o disuasorio.

Las jugadas estratégicas combinan un plan de acción y un compromiso, buscando influir en las visiones y expectativas de la otra parte con el objetivo de modificar sus acciones o mejorar la perspectiva de las negociaciones. Como reglas de respuesta –positiva o negativa- intentan condicionar los movimientos del otro jugador. Pensar estratégicamente es prever los posibles cursos de acción  y realizar movimientos que permitan llegar al mejor acuerdo.

 

La mejor estrategia es prevenir las estratagemas

Un estratagema se define como astucia, fingimiento y engaño artificioso.
Una estratagema se define como astucia, fingimiento y engaño artificioso.

 

La estrategia tiene un origen militar donde se requerían una serie de destrezas y habilidades para organizar las operaciones que tenían como objetivo la victoria de los ejércitos. Actualmente se habla de estrategia para un sinfín de temáticas, que poco tienen que ver –aparentemente- con el antecedente militar. Quizá guardan en común que la necesidad de ser estratégico viene del coste, a veces inasumible, de perder. Dicho de otra forma, la estrategia surge porque se buscan los mejores, y más idóneos, medios que garanticen el objetivo final, ya sea la victoria militar o el éxito en los negocios, la política o en la vida.

En los anteriores posts, he analizado cuatro modelos éticos asociados a la estrategia: deontológico, consecuencialista, maquiavélico y virtuoso. Es el momento de hacer un pequeño balance. Para ello me ayudaré de la distinción entre estrategia y estratagema. Sobre el primer término, hay varias posibles definiciones según la especialidad (militar, negocios, política, teoría de juegos,…) Adoptaré una definición que pueda servir a efectos explicativos. Estrategia es un arte y una ciencia en elaborar un plan y elegir los medios idóneos para alcanzar las metas propuestas.

En cambio, la Real Academia define estratagema como, en su primera acepción, “ardid de guerra” y, en su segunda acepción, “astucia, fingimiento y engaño artificioso”. Como se ve, también la estratagema tiene un origen militar. El término “ardid”, es definido por la Real Academia  como “artificio, medio empleado hábil y mañosamente para el logro de algún intento”.

Una posible conclusión parece que, según estas definiciones, el artificio hábil y mañosamente empleado estás más justificado en la guerra que en otros ámbitos. Dicho de otra forma, la estratagema en contexto militar es un ardid y fuera de ese contexto, es un engaño artificioso.  La respuesta puede venir de que el objetivo de la guerra es la victoria, pero si no se tiene éxito, ocurre la derrota militar y sus nefastas consecuencias. También porque en términos militares se suelen hablar de enemigos y se plantean escenarios, de lo que en Economía llaman, suma cero: lo que ellos pierden, nosotros lo ganamos y al revés.

La vida es más rica en matices que una guerra. Las personas se sitúan en escenarios de cooperación y conflictos y desarrollan su planes de vida para desarrollar sus objetivos profesionales o personales. En ese sentido, ya comenté en un post anterior, que todos somos filósofos –nos hacemos preguntas, situamos nuestro alfa y nuestro omega- y que nos iría mejor si todos fuéramos estrategas. ¿Qué papel juegan las estratagemas?

Aquí se verá la funcionalidad de los modelos éticos analizados en posts anteriores.  El estratega deontológico condena el uso de estratagemas porque tienen un componente de engaño. Las dos máximas del modelo deontológico son decir siempre la verdad y mantener las promesas. Quizá alguien podría encontrar una delgada línea para encontrar un ardid que cumpla con estas dos máximas y que conduzca al éxito.

El estratega consecuencialista  valora las acciones por los resultados o por la maximización de una variable elegida –bienestar, utilidad, dinero, felicidad…- Según este modelo, las estratagemas serán válidas según las consecuencias que produzcan. La cuestión clave es si un engaño artificioso puede ser estable en el tiempo. Cabría distinguir entre interacciones que se producen una vez o en una duración de tiempo más prolongada o son para toda la vida. El uso de estratagemas no perdura en el tiempo porque aumento el riesgo de ser descubiertos y, entonces, ya no producirían las consecuencias deseadas.

El estratega maquiavélico es un especialista en estratagemas, pero el maquiavelismo auténtico consiste precisamente en que no se note. Su visión es un arte de la simulación y el disimulo que tiene como regla máxima el deseo de éxito. Los medios serán adecuados si consiguen los fines que se propone. El estratega maquiavélico hace uso abundante de la astucia y el fingimiento para conseguir sus objetivos. Sin embargo, al igual que el consecuencialista, el paso del tiempo aumenta el riesgo de que puedan ser descubiertos su verdadero proceder e intenciones.

El estratega virtuoso tiene una posición ambivalente con las estratagemas. Puede desarrollar habilidades y disposiciones que forjen su carácter que tengan que ver con el fingimiento o la astucia, pero con los límites conocidos. Según la ley de término medio, la virtud está en la moderación, nunca en el exceso. Además según está visión no todo puede recibir el nombre de virtud, es una visión pluralista, pero no relativista.

En resumen, el estratega deontológico condena las estratagemas; el estratega consecuencialista valora las estratagemas según las consecuencias que produzcan, con temor a ser descubierto a lo largo de tiempo; el estratega maquiavélico utiliza habitualmente las estratagemas mientras simula no hacerlo; el estratega virtuoso puede utilizar estratagemas, de forma moderada, pero siempre que puedan considerarse virtudes.

Después de estas reflexiones, se puede decir que la mejor estrategia es estar prevenido ante las estratagemas.

 

Modelo ético virtuoso

Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente.
Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente.

 

El último modelo que analizaré es el modelo ético virtuoso. Esta visión se compone de algunos principios. En primer lugar, para conocer la acción correcta en un caso se debe pensar cómo actuaría una persona virtuosa en ese caso. En segundo lugar, una persona virtuosa es aquella que posee virtudes. En tercer lugar, las virtudes son hábitos o disposiciones que forjan el carácter de los seres humanos y que muestran la excelencia de una determinada práctica.

Existe una confusión con el lenguaje de las virtudes desde el enfoque religioso y el enfoque ético. Las virtudes para la religión cristiana son fe, esperanza y caridad. Sin embargo, el enfoque de la ética de las virtudes es anterior al cristianismo y está identificado con la obra de Aristóteles. En Etica a Nicómaco, considera como virtudes la prudencia, el coraje, la justicia y la templanza.

Es relevante el componente educativo en la ética de las virtudes. Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente. O dicho de otra forma, repitiendo los hábitos que son virtuosos, nuestro carácter se convierte en virtuoso. De ahí que este modelo sea tan importante en la educación y que las virtudes, en términos generales, se pueden aprender.

Pero ¿qué es una virtud? Este modelo ético es más flexible que el modelo deontológico. El modelo ético virtuoso es más contextualista y pluralista. Cada uno puede encontrar cuales son sus modelos de excelencia –virtudes- e intentar actuar de acuerdo con ellos. Pero no todo puede ser una virtud, no es un modelo relativista. Existen comportamientos más cercanos a los vicios que a las virtudes y aunque existe un componente contextualista, existen algunos casos claros que no pueden ser virtudes. La maldad, el asesinato o la envidia no pueden nunca ser consideradas virtudes.

¿Cuáles son las virtudes de un estratega? Por lo visto hasta ahora, la virtudes se aprenden, comportándose virtuosamente y existe un elemento contextualista donde cada cuál encuentra sus modelos de excelencia, con algunos límites. Inspirándose en Aristóteles se puede considerar que existen, al menos, tres perspectivas interesantes sobre las virtudes para los estrategas: a) La ley del término medio; b) La importancia de la experiencia; c) La virtud de la prudencia como sabiduría práctica.

Una virtud es el término medio entre dos excesos o vicios, uno por defecto y otro por exceso. Esto básicamente es lo que sostiene la ley del término medio. Es una llamada a la moderación en las diversas acciones. El análisis que se puede realizar es que dados unos concretos objetivos, se debería determinar cuáles son las acciones virtuosas –dentro del término medio- y cuáles son acciones excesivas –por defecto o exceso-.

El enfoque de la ética de las virtudes da mucha importancia a la experiencia. Se aprende a ser virtuoso, se aprenden las virtudes de la estrategia. La mejor manera de aprender, desde unas bases adecuadas, es la experiencia. Es en la práctica donde cada uno encuentra sus modelos de excelencia, lo que permite ver que las virtudes dependen del contexto. La experiencia también permite valorar si realmente nos encontramos ante una virtud o un exceso.

De entre todas las virtudes, Aristóteles destaca la prudencia, donde considera que es un sinónimo de la sabiduría práctica. Este autor se refiere a la palabra phronesis para considerar que es la virtud central de los seres humanos. También para los estrategas la prudencia es una virtud central. La prudencia lleva a sopesar siempre todas las alternativas, a pensar los diferentes costes de oportunidad, promover métodos de comprobación imparcial, acudir a terceros o expertos y, especialmente, pensar bien -y no precipitarse- ante las diferentes operaciones.

Del modelo ético virtuoso se puede concluir: que las virtudes del estratega se pueden aprender; que uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente; que la experiencia nos enseña el camino; se ha de hacer un balance para encontrar virtudes y excesos y la virtudes están en la moderación y, finalmente, que la virtud central para los estrategas es la prudencia, que es la sabiduría práctica. El camino a la virtud es un aprendizaje hacia la excelencia a partir de la experiencia y la prudencia. ¿Nos atrevemos a caminar?

 

 

Modelo ético maquiavélico

La regla fundamental de Maquiavelo es el deseo de éxito
La regla fundamental de Maquiavelo es el deseo de éxito

 

El siguiente es el modelo ético maquiavélico. Es una versión extrema y particular del modelo ético consecuencialista. Está inspirado en la obra de Nicolás de Maquiavelo. Es curioso como de un pensador ha surgido un término maquiavelismo que la Real Academia define como “modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”.  Maquiavelo no ha tenido demasiada buena prensa, pero el método ético maquiavélico es más común de lo que parece.

El lema más conocido de Maquiavelo es el fin justifica los medios pero esta atribución no es del todo adecuada porque esa frase no aparece en ninguna de sus obras.  Sin embargo, en El Príncipe, afirma:“(…) y en las acciones de todos los hombres, y máxime en las de los príncipes, cuando no hay tribunal al que reclamar, se juzga por los resultados. Haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener el Estado, y los medios que utilice siempre serán considerados honrados y serán alabados por todos.” (Maquiavelo, El príncipe, XVIII).

El modelo ético maquiavélico afirma, como regla fundamental, el deseo de éxito y, en ese contexto, los fines elegidos son más importantes que los medios. Pero eso no significa que automáticamente el comportamiento deba ser inmoral. El Príncipe es un tratado sobre la naturaleza humana donde podemos aprender que el príncipe si quiere conseguir el éxito tiene que simular y disimular, pero finalmente actuar de acuerdo con la regla que le lleve al éxito.

Esto puede suponer una adhesión aparente a los valores, pero finalmente actuar de acuerdo con el pragmatismo. En uno de los pasajes más conocidos, Maquiavelo se plantea por “de qué forma tiene que mantener su palabra un príncipe” y ofrece una respuesta que está en su línea: “un señor que actúe con prudencia no puede ni debe observar la palabra dada cuando vea que va a volverse en su contra y que ya no existen las razones que  motivaron su promesa. Y si todos los hombres fuesen buenos este precepto no sería justo; pero puesto que son malvados y no mantendrían su palabra contigo, tú no tienes por qué mantenerla con ellos. Y a un príncipe nunca le han faltado razones legítimas para excusar su inobservancia” (Maquiavelo, El príncipe, XVIII).

Desde el modelo ético deontológico se replicaría que se deben mantener siempre las promesas y se debe decir siempre la verdad.  Si analizamos el escenario según Maquiavelo, deben darse tres circunstancias que aconsejan no cumplir una promesa:  a) Se pueda volver en contra de quién la formuló; b) No existen las razones que la motivaron; c) Los hombres son malvados y no cumplirían su palabra contigo. El segundo motivo es el más fuerte y podría ser invocado si realmente  ya no existen los motivos que originaron la promesa. El primero debería haber sido previsto adecuadamente y sobre el tercero, se podrían encontrar ejemplos que afirmen lo contrario.

Existen varias interpretaciones sobre Maquiavelo. La versión maquiavélica de Maquiavelo nos sitúa a un autor diabólico, inmoral, anticristiano, que justifica cualquier acción para conseguir sus objetivos. La versión republicana de Maquiavelo afirma que era un patriota, que quería defender ante todo el Estado y consideraba que el Príncipe debía tener virtudes civiles y políticas y no religiosas.

Por este motivo algunos consideran que es el fundador de la Ciencia Política, porque considera que la política tiene sus propias reglas, distintas de la ética y la religión.

Desde la visión estratégica, Maquiavelo ofrece lecturas, dudas y reflexiones interesantes. Por ejemplo, encontramos este interesante consejo para estrategas: “hay que ser un zorro para conocer las trampas, y un león para amedrentar a los lobos” (Maquiavelo, El príncipe, XVIII). Pero quizá el elemento clave dentro de la estrategia es cómo actuar frente a alguien maquiavélico.  La primera y más difícil tarea será identificarlo por que como afirma Aranguren “un maquiavelismo confesado se anularía en cuanto tal: para ser eficaz tiene que se hipócrita y rendir tributo a la virtud” (Aranguren, José Luis, Ética y Política)

El estratega debe estar alerta y, por ejemplo, establecer mecanismos de comprobación imparcial de las diferentes operaciones. Se podría dar el caso de alguien buscando su éxito, fingiendo conformidad, no cumpliera su palabra. Se deben desarrollar estrategias para prevenir estas situaciones. Maquiavelo nos señala que si aprendemos de las cualidades del zorro y del león nos podemos acercar más al éxito.

 

 

Modelo ético consecuencialista

El utilitarismo sostienela mayor felicidad para el mayor número.
El utilitarismo sostiene la mayor felicidad para el mayor número. 

 

Frente al modelo ético deontológico se sitúa el modelo ético consecuencialista. Este considera que el objetivo de la ética es conseguir las mejores consecuencias. Existen varios tipos de éticas consecuencialistas, la más conocida es el utilitarismo. Es famosa la formulación de que la ética debe buscar la mayor felicidad para el mayor número.

El utilitarismo afirma que se debe maximizar una variable, ya sea la felicidad, la utilidad, el placer o el bienestar. Surgió en el contexto anglosajón, en la época de la industrialización, donde había gran optimismo en aplicar los métodos de la Ciencias puras a las Ciencias sociales. El utilitarismo parte de que la ética se puede básicamente reducir a una variable, y su maximización, y que esa variable puede conocerse.  Existe algo así como una máquina de la felicidad que mide cómo de felices son las personas.

Esto puede sonar extraño, pero a un economista algo le debe sonar. El modelo de hombre en el que se basa la Teoría económica tradicional afirma que la racionalidad es la maximización de una variable. Ese modelo se conoce como homo economicus. Esta visión adopta como premisa indiscutida el utilitarismo y, en general, el enfoque consecuencialista.

¿No es la estrategia la correcta adecuación de medios y fines? Anticipar que consecuencias tendrán nuestras acciones es algo propio de toda estrategia. Pero la cuestión es si las consecuencias pueden ser el único criterio para la toma de decisiones. Imaginemos un caso donde tenemos detenido a terrorista, que sabe dónde va a explotar una bomba en un lugar céntrico dentro de dos horas. La pregunta desde el consecuencialismo sería ¿es lícito torturar a este terrorista para evitar que explote la bomba? He planteado muchas veces a mis estudiantes este caso, explicado en un Manual del Etica. Las respuestas están bastante divididas entre estudiantes más deontológicos o más consecuencialistas.

Como la máquina de la felicidad no existe, los economistas inspirados en el utilitarismo, a veces suelen considerar la variable a maximizar, el dinero. Este planteamiento puede ser contrastado desde una visión ética más robusta que afirme que los bienes humanos son plurales y complejos. Un ejemplo de esta argumentación lo ofrece Sandel en su libro Lo que el dinero no pueden comprar, donde da ejemplos de los límites morales del mercado. Las relaciones de amistad y amor no se reducen nunca, o así debería ser, a términos monetarios. Pero más allá, ¿es lícito vender un riñón? ¿es lícito ser madre de alquiler? ¿todo se puede comprar y vender? ¿se puede contaminar a cambio de dinero? ¿es lícito comprar la residencia o la nacionalidad?

Este fenómeno que alude Sandel se denomina técnicamente inconmensurabilidad en sentido débil y significa que no se pueden reducir los valores a una sola variable. En general, los casos aluden a reducir todo a términos monetarios. Los valores son más plurales y los seres humanos más complejos.

Desde el punto de vista de la estrategia, quizá habría que hacer una evaluación más completa de los fines. Concebir un plan para maximizar una variable puede hacer perder de vista otros bienes implicados. El acuerdo puede surgir precisamente porque las partes tengan intereses distintos. Pero es necesario explorar esos intereses.

Anticipar las consecuencias de las acciones es algo que marca la prudencia. La estrategia busca la victoria, pero ésta no siempre viene de maximizar una única variable. La vida es más plural y compleja.