Juan Luis Vives, introducción a la sabiduría

Las cosas se aprenden practicándolas. La sabiduría se relaciona con tener criterio

Juan Luis Vives nació en 1492 en Valencia y murió en 1540 en Brujas. Es un humanista, pedagogo y filósofo español. Realizó estudios en las Universidades de Valencia y de la Sorbona. Es un gran representante del humanismo en España. Tuvo relación con Erasmo de Rotterdam, pensador renacentista holandés.  

A continuación, se comentarán algunos de los aforismos de su ensayo Introducción a la sabiduría, al estilo de Estrategia Minerva Blog

Esta obra, Juan Luis Vives la inicia con esta afirmación: “la verdadera sabiduría consiste en juzgar rectamente de las cosas de modo que consideremos cada una tal cual es; no tomemos las viles por preciosas ni rechacemos las preciosas por viles; no vituperemos las dignas de alabanza, ni elogiemos las merecedoras de vituperio” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. I. 1).

La sabiduría implica tener criterio, aunque la masa o la corrección política al uso, digan otra cosa. Ese criterio debería provenir de análisis y la experiencia, pero es importante no dejarse influir si algo va contra nuestras intuiciones fundamentales.   

En este mismo capítulo, el humanista Vives sostiene: “el resto de la vida depende de cómo hayamos sido educados en la niñez” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. I. 10).

Me parece un enfoque muy interesante, donde los valores morales como la empatía o el altruismo, se aprenden de niño. Solemos decir que los valores no son innatos, se aprenden. Por ejemplo, las actitudes y prejuicios racistas se suelen trasmitir de padres a hijos. La infancia es un paraíso donde tenemos un mundo por descubrir y donde aprendemos algunas de las consecuenciasque pueden tener nuestros actos, decubrimos que somos seres sociales y nuestro comportamiento lo guían valores. 

Y continua Vives diciendo: “Por tanto, en la carrera de la sabiduría el primer paso es el dicho tan celebrado por los antiguos: conocerse a sí mismo” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. I. 11).

Este lema estaba escrito en la entrada del templo de Apolo en la ciudad de Delfos y era un hito de la Antigüedad. Frente a la tendencia a centrarse en la autonomía individual, donde lo importante es el mero hecho de elegir, me parece interesante la noción de autenticidad que defiende el filósofo canadiense Charles Taylor, donde uno descubre su propia originalidad en un diálogo frente a otros. Se dan horizontes de significados y marcos referenciales, en ese diálogo, que muestran cómo son valores.  

En el capítulo dedicado al alma, Juan Luis Vives hace la siguiente distinción: “En el alma hay dos partes: una es la que entiende, recuerda, sabe, se vale de la razón, el juicio, el ingenio. Ésta se denomina la parte superior, y con nombre propio se llama mente, por la cual somos hombres, semejantes a Dios, y aventajamos a los otros seres vivientes. 

La otra parte es, por la unión con el cuerpo, bruta, feroz, cruel, más semejante a la bestia que al hombre; en ella están los impulsos que se denominan o bien afectos o bien pasiones (del griego paze): la arrogancia, la envidia, la malevolencia, la ira, el miedo, la tristeza, el deseo, el vano gozo. La parte inferior se denomina también ánimo, por el cual no nos diferenciamos en nada de las bestias, y nos diferenciaríamos muchísimo de Dios, que está libre de toda enfermedad y perturbación” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. V. 118-119).

Últimamente, se plantea la cuestión del papel de las emociones en política, en particular en democracia. Parecería que la deliberación estaría diseñada para producirse con el nivel superior, con la mente. Sin embargo, con advierte Vives, los seres humanos también tienen afectos y pasiones, deciden según el ánimo siguiendo su terminología. Los demágogos son expertos en enturbiar las decisiones democráticas con afectos y pasiones.

La tarea de Filosofía sería poder educar las emociones y los afectos de los ciudadanos, de tal forma que la parte superior de la mente pueda, en gran parte, primar en la toma de decisiones públicas. 

En el capítulo sobre la educación, Vives afirma: “conseguiremos el saber por medio de tres instrumentos: el ingenio, la memoria, y la aplicación al estudio. 

El ingenio se agudiza con el ejercicio. 

La memoria se aumenta cultivándola. 

Al uno y a la otra los placeres los debilitan, la buena salud los fortalece; la ociosidad y el prolongado relajamiento los destruyen; el ejercicio los pone enseguida a nuestra disposición” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. VI. 140-143).

Tenemos unas capacidades innatas, que son variables según cada persona, pero la sabiduría profunda de este aforismo es que los resultados se consiguen practicando, con el ejercicio, con el cultivo de las habilidades y destrezas. Algo parecido pasa con el deporte, pero esto se aplica aquí a las virtudes intelectuales. La mejor forma de entender un pensamiento es internalizarlo, utilizarlo, ponerlo en práctica. Es relevante, en este contexto, dominar diferentes técnicas, que nos permiten hacer cosas e influir en la práctica. 

En esta obra sobre la sabiduría, Juan Luis Vives afirma “el tiempo debilita la falsedad, fortalece la verdad” (Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría, cap. VI. 151).

Cabría mencionar la famosa frase de Abraham Lincoln cuando sostenía “se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.” La conclusión es que el paso del tiempo hace más frágiles las mentiras y más fuertes, las verdades. 

Tomás de Aquino, sobre la esperanza

La esperanza se vincula con cosas posibles, pero arduas o difíciles de obtener

Tomas de Aquino nació en Roccasecca, en el Reino de Nápoles en 1224 y falleció en la Abadía de Fossanova en 1274. Fue un fraile dominico, teólogo y filósofo que ha ejercido una enorme influencia. Junto con Agustín de Hipona, son los autores más conocidos del pensamiento medieval. Es destacable su enfoque del Derecho Natural, que hoy en día sigue teniendo seguidores como John Finnis

De su monumental obra “Suma teológica”, nos centraremos aquí en su enfoque de las pasiones humanas, en concreto su tratamiento de la esperanza, una cualidad adecuada para tiempos convulsos.  

La primera aclaración que realiza Tomás de Aquino es que “el objeto de la esperanza no es el bien futuro en absoluto, sino en cuanto arduo y difícil de obtener” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.1).

Según Tomás de Aquino, Agustín de Hipona equiparó deseo y esperanza ya que “el bien que no es arduo se reputa como nada.” Ante un panorama con dificultades, surge la esperanza. Lo recomendable es conseguir la máxima información de diversas fuentes y tener un criterio para otorgar credibilidad a la información. Solo con información fiable, tiene sentido la esperanza. Por eso es tan actual el debate sobre la desinformación y las fake news.

Continua afirmando Tomás de Aquino: “aunque los animales irracionales no conocen lo futuro, sin embargo por su instinto natural se mueven hacia algo futuro como si lo previesen; pues este instinto les ha sido dado por el entendimiento divino, que prevé las cosas futuras (…) Aunque lo futuro no cae bajo los ojos, no obstante, por lo que actualmente ve el animal, se mueve su apetito a perseguir o eludir algo futuro” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.3). 

La sensibilidad por los animales no humanos, y su status, o sus pretensiones como titulares de derechos, ha sido objeto de atención académica recientemente en autores como Singer, Kymlicka y Nussbaum. Aunque ha sido un tema clásico de reflexión, como muestra Porfirio. ¿Tienen los animales esperanza? ¿Saben los animales qué es el futuro? Son cuestiones complejas, donde es difícil dar una respuesta. Para avanzar una respuesta, se puede recordar la distinción, que hace Nussbaum, entre el enfoque kantiano que se basa en caracterizar lo humano con la autonomía y racionalidad del enfoque aristotélico, que habla de lo humano como la capacidad de sufrimiento. Tomás de Aquino considera a los animales como irracionales, pero con instinto, que les lleva a gestionar el futuro, aunque no preverlo propiamente, ni conocer el concepto de futuro.   

En otro pasaje de la Suma teológica, Tomás de Aquino hace un importante matiz: “la desesperación no implica la sola privación de la esperanza, sino además cierto alejamiento de la cosa deseada, por estimarse imposible su consecución. De modo que la desesperación como la esperanza presupone el deseo; pues por aquello que no está al alcance de nuestro deseo, ni tenemos esperanza ni desesperación; y por lo mismo ambas se refieren al bien accesible al deseo” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.4). 

La Real Academia define esperanza como “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.” La desesperación sería desear algo imposible y la esperanza, algo posible. Obviamente, la clave está en qué se considera posible y en base a qué factores. Si es meramente una posibilidad fáctica o entran en juego otros factores circunstanciales, para determinar si algo es posible.  

Precisamente, la experiencia juega un papel en la esperanza. Así, Tomás de Aquino destaca “la necedad y la inexperiencia pueden ser incidentalmente causa de esperanza, a saber, descartando la ciencia por la cual se juzga como verdad que algo no es posible. Luego la inexperiencia es causa de la esperanza por la misma razón que la experiencia es causa de la falta de ella” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.5). 

Si algo es imposible, no corresponde tener esperanza. Si se da inexperiencia o necedad puede darse una “falsa” esperanza, que no se corresponde con la ciencia. Es interesante que aquí el enfoque de Tomás de Aquino tiene influencia de Aristóteles y la visión de la prudencia, en el trasfondo de que la vida ética es un aprendizaje moral, que tiene como objetivo último la felicidad. Se aprende, practicando, equivocándose, viviendo… Y esta experiencia moral ayuda a saber si algo es posible -y se puede tener esperanza- o es imposible – y la salida es la desesperación-.

Y añade Tomás de Aquino: “los jóvenes y los ebrios, aunque no tenga en realidad firmeza, la tienen en su propia estimación, pues creen firmemente conseguir lo que esperan. (…) aunque los jóvenes y los ebrios son débiles en realidad, mas en su opinión son poderosos, porque no conocen sus defectos” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.6). 

Los jóvenes viven con unas posibilidades tecnológicas diferentes de generaciones anteriores, pero esto en sí mismo no significa mucho. Los jóvenes deben aprender a valorar la experiencia y los resultados y enfoques de generaciones anteriores, aunque no sea en su formato o lenguaje más cercano. Es importante que los jóvenes tengan esperanza en el futuro, para lo que han de calibrar experiencias y enfoques anteriores y poder encontrar su papel. Las generaciones más maduras tienen la responsabilidad de que esto sea una esperanza frente a lo posible, más que una desesperación hacia lo imposible. 

Por último, Tomás de Aquino alude al valor estratégico de la esperanza: “la desesperación en la guerra se hace peligrosa a causa de alguna esperanza que le está unida; pues los que desesperan de la huida, se acobardan en cuanto a huir, pero esperan vengar su muerte. Y así, a causa de esta esperanza, pelean más encarnizadamente, por lo que se hacen más peligrosos a sus enemigos” (Tomás de Aquino, Suma teológica, 1-2, q.40, a.8). 

En este párrafo de la Suma teológica, se ejemplifica la táctica negocial conocida como “quemar las naves”. Si una parte toma una decisión irrevocable -como quemar las naves, que permiten la huida-, la batalla será mucho más cruenta y, quien ha cancelado su huida, tendrá mucha más esperanza en su victoria, más motivos para luchar.  Para que funcione esta táctica, cuando se toma la decisión irrevocable, debe ser conocida por la otra parte de una forma fiable y creíble. 

La esperanza permite afrontar el futuro, con moderado optimismo, aunque con ciertas dificultades, si se cuenta con la información y la experiencia adecuados y se buscan objetivos posibles. Es el camino para la esperanza.

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Buenaventura, de la vida perfecta

Buenanventura escribió un tratado sobre las cualidades de la vida perfecta.


Giovanni o Juan da Fidanza, conocido como Buenaventura, nació en Bañorea (Bagnoreggio), Italia, en 1221 y murió en Lyon, Francia, en 1274. Fue un Teólogo franciscano que a ampliar estudios en París en la Universidad de la Sorbona, donde fue discípulo de Alejandro de Hales.  

En 1257 fue elegido general de los franciscanos y escribió un biografía del fundador de la orden franciscana, Francisco de Asís, que lleva por título Vida de San Francisco de Asís.

Buenaventura escribió diversas obras teológicas en las que quedaría reflejado su misticismo, de entre las cuales destaca Itinerarium mentis in Deum (1259). Al igual que Tomás de Aquino, trató de conciliar el pensamiento de Aristóteles con la tradición teológica iniciada en Agustín de Hipona. Fue canonizado en el año 1482 y tiene el título de Doctor de la Iglesia desde 1588.

Escribió un ensayo sobre De la vida perfecta, dedicado a mujeres religiosas. Aunque su intención se dirige ensalzar la virtudes de determinada concepción de la vida religiosa, la sabiduría de sus palabras podrían tener una lectura más general y alentadora para actitudes positivas y aplicables a otros ámbitos de la vida.

Buenaventura escribe que “si quieres, entonces conocerte a ti misma y, una vez conocidos los males cometidos, deplorarlos, debes reparar si hay o hubo algo en ti fruto de la negligencia, esfuérzate, por tanto, en pensar qué negligentemente guardaste en tu corazón, qué descuidadamente gastaste tu tiempo, que mal fin diste a tus obras” (De la vida perfecta, I.2).

Esta parte de su ensayo lleva por título “Del verdadero conocimiento de sí mismo” y extrapolando el enfoque a cuestiones de estrategia y Filosofía es un buen principio el autoanálisis de los puntos fuertes y débiles, ser conscientes de las posibles negligencias cometidas en determinadas situaciones. Pero para conocerse bien realmente, es necesario conocer a los demás, tener buena información sobre cómo son, piensan y sienten las demás personas, que le rodean. Entonces, uno puede situarse en el mapa. Como estaba inscrito en el Templo de Apolo de Delfos, “Conócete a ti mismo”. Es el principio de toda ética, lo que nos permite poder tomar buenas y ponderadas decisiones.

En la obra De la vida perfecta, se afirma que “aprende verdaderamente a ser humilde y no con falsedad, como los hipócritas, que sólo aparentemente se humillan” (De la vida perfecta II.1). Y más adelante, Buenaventura añade “si hoy estas sana, mañana podrás estar grave:; si ahora eres sabia, quizás mañana pueda ser necia; si eres rica en virtudes, tal vez mañana puedas ser pobre y miserable” (De la vida perfecta, II.6).

Aquí Buenaventura se refiere a “la verdadera humildad” frente a la soberbia y frente a la humildad hipócrita.  La mejor forma de relacionarse con los demás es humildad, porque eso predispone a favor. La soberbia nos aleja de los demás y, en ocasiones, es la causa de que alguien pueda sentirse humillado, sin haber un motivo real.

La segunda reflexión de Buenaventura, recuerda el título de una novela: Todo esto pasará. Cualquier situación en esta vida es temporal, somos una parte muy pequeña de un universo que va más allá de nuestras dimensiones. Es la idea del Menento mori, que se resume en la fraserecuerda que eres mortal”. En nuestro momento en la vida, ser humilde es siempre más recomendable que crear una distancia insalvable con los demás.

Buenaventura sostiene que “también la pobreza es una virtud necesaria para el cumplimiento de la perfección, pues si ella nadie puede ser perfecto” (De la vida perfecta, III.3).

Este autor defiende “la perfecta pobreza” y cabe reflexionar sobre que es bueno saber vivir con poco. Mejor dicho, no necesitar mucho. En las actuales sociedades el consumismo lleva a crear una dinámica incesante de crear nuevas necesidades, que antes no era necesarias. Encerrados en esa dinámica, los individuos enfocan sus vidas, gastan recursos, centran sus objetivos de felicidad. En este contexto, es bueno salir de esta dinámica y saber vivir con poco.  

En De la vida perfectase afirma: “¿Quieres oír (…) quieres saber cuantos malesprovienen de la lengua que no se custodia con cuidado? Escucha y te diré: de la lengua proceden la blasfemias, murmuración, justificación del pecado, perjurio, mentira, difamación, adulación, maldición, insultos y riñas, burla a los buenos, malos consejos, rumores jactancias, descubrimiento de secretos, amenazas veladas, promesas imprudentes, charlatanería, palabras torpes” (De la vida perfecta, IV.1). Así pues, el consejo de Buenaventura es: “habla poco, rara vez y brevemente, con temor y pudor y solo si te es necesario” (De la vida perfecta, IV.5).

Sobre el “Del silencio y de la discreción en el hablar”, Buenaventura advierte sobre qué resultados pueden llegarse con la lengua y aconseja hablar poco. Es interesante porque en estrategia los usos de silencio tiene un papel capital. Se suele decir que “uno vale más por lo que calla, que por lo que dice”. Saber callar es un arte. A la inversa, la necesidad de hablar siempre, de llevar la voz cantante, de contarlo todo, puede llevar a dar información clave a la otra parte. 

Un filósofo del siglo XX, llamado Wittgenstein acabo uno de sus tratados, con esta frase: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse.” La frase es más profunda de lo que parece y insiste en dar un valor al silencio. En un mundo dominado por todo tipo de ocurrencias en forma de breve titular -que pueden ser emitidas anónimamente-, como circulan por redes sociales, decir que “hablar poco y saber callar” son virtudes puede sonar algo extemporáneo, pero están en la buena línea de una vida de perfección.

Buenaventura sostiene que “perseverancia, la cual lleva a la plenitud toda virtud; porque ningún mortal, aunque sea muy perfecto, será alabado en vida si no consigue llevar primero a término, de manera completa y feliz, el bien que ha comenzado” (De la vida perfecta, VIII.1).  

Sobre “la perseverancia final”, hace hincapié en qué una de los elementos más relevantes de la ética de las virtudes es la reiteración. Una vez elegido el hábito o la disposición moral –que debe ser una virtud-, lo que convertirá en virtuoso a alguien es la insistencia en la práctica de ese hábito.  Los talentos naturales pueden tener un peso, pero muchas veces lo que es determinante para el éxito es la perseverancia en la práctica de las virtudes.

Francesc Eiximenis, sobre el gobierno de lo público

Eiximenis dio consejos sobre cómo gestionar mejor la vida pública.


Francesc Eiximenis nació en Girona en 1327 y murió en Perpiñan en 1409. Entró en la orden franciscana muy joven. Posiblemente fue uno de los autores catalanes medievales más leídos de su tiempo. Formado en las universidades de Oxford, Toulouse y París, Viajó mucho por toda Europa. Volvió a Cataluña para poco después trasladarse a Valencia donde vivió de 1382 a 1408.

Escribió en su mayoría obras de tipo religioso, entre las que destaca una especie de Suma Teológica en lengua vulgar, titulada “Lo Crestià”, que no pudo completar. No obstante, Francesc Eiximenis escribió un obra titulada “Regiment de la cosa pública” dando consejos a los gobernantes y especificando en qué valores basar la esfera pública. 

Para resumir sus ideas sobre la cosa pública, Francesc Eixeimenis afirma “cinc són los fonaments principals de la cosa pública, ço és a saber concòrdia, observació de llurs lleis, justícia, fealtat, saviesa de consells per què es requereixen” (Regiment de la cosa pública, cap. XVIII).

Los cinco fundamentos de la cosas pública para Eiximenis son: concordia, observación de las leyes, justicia, lealtad y sabiduría. La justicia y las leyes son dimensiones habituales en este contexto, las otras nociones son aportaciones más originales. 

La concordia no se encontrará si cada individuo o grupo buscando su fin particular entra en discordia con otros. La gestión de conflicto es un tema clave en la sociedades diversas. Lo que afirma Eiximenis es que aquellos responsables de la cosa pública tienen un especial deber de concordia.

Lealtad es otro tema clave como vínculo de compromiso que une sociedades, valores e individuos. La pregunta de la polémica liberal/comunitarista, que retomó el republicanismo cívico es: “¿puede ser estable una sociedad compuesta por la república de los egoístas, donde cada uno va a lo suyo?”. La respuesta que pareció entonces más convincente es que el bien común necesita defensores y adhesiones cotidianas, en forma de virtudes cívicas, como la lealtad, la honestidad o la solidaridad. Pero para el cultivo de estas virtudes deben darse una serie de marcos referenciales y horizontes de significación adecuados desde la educación, la cultura y los medios de comunicación.

La cosa pública tiene que ver con consejos que provengan de la sabiduría. Los spins doctors de hoy, animales políticos que aconsejan a los políticos, se rigen por las encuestas electorales, el titular fácil y la polémica en redes sociales. De esta forma es difícil saber cuándo se arreglan los problemas de fondo, cuándo se piensa en las generaciones futuras, cuándo se mejora la calidad de vida -especialmente de los que están peor-, no basándose en apariencias mediáticas del corto plazo.

La concordia, la lealtad y la sabiduría llevan en el ejercicio de la política a separar entre cuestiones de Estado, donde es importante llegar a consensos amplios y estables, y cuestiones más políticas, donde las diversas contiendas pueden agrupar diversas mayorías que pueden variar en el espectro ideológico.

Francesc Eixeimenis define la justicia como “és virtut aital que, servat primerament lo profit de la cosa pública, dóna a cascú ço que seu és. Per les quals paraules pots veure com justícia principalment guarda al profit de la comunitat e puis entén a fer bé a cascú en particular, car de profit comú se segueix profit a cascú de la comunitat en quant són membres de la comunitat” (Regiment de la cosa pública, cap. XII).

La definición aquí que se da de justicia, en beneficio de la cosa pública, es dar a cada uno lo que es suyo. Y añade que entiende que el beneficio de la comunidad es hacer el bien a cada uno en particular ya que el beneficio común se sigue que el beneficio de cada uno de la comunidad en cuanto son miembros de la comunidad.

Definir la justicia como dar a cada uno lo que es suyo es un fórmula vacía, como ya advirtió Kelsen. La clave es el criterio de relevancia entre los iguales y los diferentes. Eiximenis añade un enfoque que se puede calificar de comunitarista, que tiene como referente la comunidad medieval. Allí había jerarquías en forma de estamentos. 

Su visión de la comunidad marca una frontera nítida entre los miembros  y los no miembros de la comunidad, pero en las actuales sociedades globales la cuestión que plantea Rorty es que para ser solidario es necesario ampliar el círculo del nosotros, hacer una comunidad mayor. O bien, plantearse ser solidario con los otros, lo no-miembros, los excluidos.

En regiment de la cosa publica, se puede leer: “lo terç notable és que, per a be aconsellar e consultar la cosa pública, comuntment los consellers deuen ésser antics e no jovens (…) en los antics és la saviesa. Experiència ho ensenya, que lo jóvens no saben tant de bé com los antics” (Regiment de la cosa pública, cap. XVII).

Eiximenis nos señala que en los mayores está la sabiduría, gracias a la experiencia. Los jóvenes son el ímpetu, el impulso y algunas nuevas ideas. Sin embargo, la cosa pública requiere tomar decisiones con inteligencia, habiendo sopesado todos los extremos, desde el saber de los años y los errores del pasado, que pueden transformarse en aciertos en el futuro.   

Eiximenis hace una critica a los abogados con estas palabras: “per bon estament de la cosa publica deu hom esquivar que no s’hi multipliquen molte jurites ne advocats. Car aquest aitals, han de pendre grans salaris de llurs davopcaciones e han de tenir grans maneres a atractar les causes a llurs profits, així com és dar gran dilacions en el causes, puntejar agudamente o supèrflua en ço és clar, emparar molts negocis e espataxar-se pocs (…) E jatsia que ofici de juriste sia fort bo a la cosa pública quant és en persona espataxada e ab consciencia, emperò en persona mala és destrucció de tots aquells qui ab ells han a tractar” (Regiment de la cosa pública, cap. XXVIII).

El autor se hace eco de la mala fama de los juristas y abogados, de las dilaciones en las causas, de llevar muchos casos y sacar adelante pocos. La conclusión es que el oficio de jurista es bueno para la cosa publica si se trata de una persona espabilada y con conciencia, pero si es mala persona es la destrucción de todos aquellos con quien ha de tratar.

Todas las profesiones tienen modelos de excelencia que, en ocasiones, se recogen en códigos de deontología profesional o bien, sitúan ciertos deberes o virtudes como deseables para ser un buen profesional. Entre los ideales y el día a día, los profesionales del Derecho deben con su trayectoria mostrar su utilidad social y buen hacer, a lo largo de los años.

Juan de Salisbury, consejos para la vida pública

Juan de Salisbury escribió un Tratado de Ciencia Política en el siglo XII.

Juan de Salisbury, nacido en 1015 cerca de Salisbury y muerto en 1180 en Chartres, Francia, de cuya sede llegó a ser Obispo, tuvo como maestro a Pedro Abelardo. Realizó estudios en la Universidad de París que combinó con estar en puestos de diversa responsabilidad como secretario del Arzobispo de Canterbury, lo que le permitía visitar la sede papal

Esta doble faceta entre Teoría y Práctica se muestra en sus obras. Una de las más importantes es el Policraticus, que se puede considerar un auténtico Tratado de Ciencia política en el siglo XII. Algunos de sus principios siguen teniendo aplicación hoy en día.

Se puede leer en el Policratitus,“ ¿Quién hay cuya virtud no zarandeen la virtud de los cortesanos?¿ Quién hay tan fuerte, tan íntegro que no puede ser corrompido? El mejor es el que resiste más tiempo, el que lo hace más con más valor, el que menos se corrompe. Para que la virtud permanezca incólume hay que alejarse la vida de los cortesanos” (Policratitcus, libro V cap. 10).

Juan de Salisbury alude a la corrupción, que es un fenómeno complejo y tiene un cierto componente cultural. Es cierto que algunos contextos promueven, más que otros, prácticas controvertidas desde el punto de vista de la corrupción. Aunque no hay una definición que sea universalmente aceptada, la OCDE proponer definir corrupción como “el abuso del cargo público o privado para beneficio personal.” 

En contra de la corrupción, está el Derecho, pero también la ética y la deontología. El prestigio de una profesión se pone en cuestión cuando alguien trasgrede sus valores y deberes deontológicos. Juan de Salisbury hablaba de “cortesanos” para la sociedad de siglo XII, ¿pueden aplicarse sus palabras a los políticos del siglo XXI? Cabe reivindicar la ética de las virtudes aplicada a la deontología profesional en las profesiones, o responsabilidades, en la gestión de lo público. Esto significa que el debate público, habitualmente tan emocionalmente manipulado, debería centrarse en determinar cuáles son las cualidades y virtudes que los políticos y servidores públicos deben tener. Y proveer de mecanismos institucionales para promover esas virtudes y cualidades y, especialmente, dificultar o evitar los vicios y defectos en la vida pública.

En otro pasaje, Juan de Salisbury afirma: “verdaderamente, un filósofo de la Corte es algo monstruoso y, pretendiendo ser una u otra cosa, no es ni lo uno ni lo otro, porque la Corte es incompatible con la filosofía y el filósofo no acepta en modo alguno las estupideces cortesanas. Pero esta comparación no afecta a todas las Curias, sino solo aquellas que están desgobernadas por el capricho de un necio. Pues el que es sabio deja de un lado las frivolidades, pone en orden su caso y lo somete todo a su razón” (Policratitcus, libro V cap. 10).

Platón hablaba del Filósofo rey como el gobernante ideal, pero es interesante el punto que señala Juan de Salisbury sobre la incompatibilidad de la vida cortesana y la Filosofía, pero además añade un matiz interesante sobre la necedad y frivolidad. Si se aplica a nuestros días, cabe señalar que Filosofía y política tienen enfoques diversos y sus propias reglas y modelos de excelencia. Si un filósofo entra en política deberá optar por saber dónde deja capacidad de su juicio crítico, característica de la Filosofía. Puede optar por un modelo de intelectual orgánico de partido o puede, y aquí las palabras del Policraticus, continuar siendo crítico con las necedades y frivolidades del poder.

En el Policraticus se puede leer: “lo primero es que, según las exigencias de su cargo, se advierta a unos y otros que obedezcan en todo a la justicia y que no hagan por dinero nada de lo que tienen que hacer. Pues lo que es injusto no está permitido en modo alguno, de manera que no es lícito hacerlo ni por la vida temporal. Pero lo que es justo no necesita la añadidura de una recompensa, pues debe hacerse per se, y es injusto vender lo que es un deber. Luego vender la justicia es iniquidad: vender la injusticia, inicua locura” (Policratitcus, libro V cap. 11).

Los motivos en la política han de ser la justicia y el bien común. Actuar en la cosa pública para hacer dinero y enriquecerse no está entre los deberes deontológicos del político y del servidor público y llevar a cabo ese objetivo puede suponer incurrir en delitos. La honestidad es una virtud cívica que cabe reivindicar para vislumbrar qué políticos son los más adecuados. 

Juan de Salisbury continua afirmando: “ni debe abstenerse por completo de los obsequios, pero deben guardar moderación, de modo, que ni se abstengan totalmente ni sobrepasen con avaricia el límite de los regalos” (Policratitcus, libro V cap. 15).

Los regalos, en ocasiones, son una costumbre de cortesía donde se da un importante factor cultural. La moderación debe ser la regla ya que un regalo de poco valor puede ser aceptable y dentro de las costumbres mientras los regalos de gran valía, en entornos profesionales, que implican toma de decisiones pueden ser discutibles. El ejemplo típico es la compañía farmacéutica que regalas bolígrafos o libretas con su logo o bien, regala unas vacaciones en el Caribe al médico que receta sus productos. No obstante, los casos no son siempre claros: ¿es lícito dar una entrada para el estreno de un película a un crítico que ha de dar su opinión? ¿es lícito invitar a ese crítico a una cena en un buen restaurante con los protagonistas del filme?

Finalmente Juan de Salisbury concluye: “’hazlo’ dice ‘todo con prudencia y después no te arrepentirás.’ Además, de la misma manera que no conviene que el príncipe profiera frivolidades, así tampoco conviene que sea ligero para prestarles oídos” (Policratitcus, libro V cap. 23).

La prudencia es la mejor consejera de la política, en la línea que defendía Aristóteles: No precipitarse, tener la más completa información, sopesar las ventajas e inconvenientes, moderación como virtud –buscar el término medio  entre exceso y defecto-, pragmatismo -bien entendido- defendiendo los propios valores. El poder no debiera ser el ámbito de la frivolidad, aunque actualmente las emociones políticas ocupan espacio creciente y aprender a gestionarlas, y no dejarse manipular, es un tarea para la política hoy. Allí resuenan las palabras de Juan de Salisbury, quien en el siglo XII escribió un tratado de Ciencia política, donde advertía: “hazlo todo con prudencia y después no te arrepentirás.”

Alcuino de York, hábitos para el alma

Alcuino de York defiende los hábitos del alma en forma de virtudes.


Alcuinus Flaccus Albinus, conocido como Alcuino  -o Alcwin en inglés- de York, vivió entre 736 y 804 d. C. Estudió en la escuela benedictina de York, Inglaterra. Tuvo relación con Carlomagno, quien le admiró sus cualidades intelectuales. Se dedicó a enseñar en su Escuela de Palacio según el esquema educativo medieval del Trivium (gramática, retórica, dialéctica) y del Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía, música).

Es original de este autor la Compilación de 53 cuestiones elementales de matemáticas recreativas, que incluyen diversos problemas y sus soluciones. Por ejemplo, plantea lo siguiente, si ”dos hombres conducían unos bueyes por un camino y uno de ellos le dijo al otro: dame dos de tus bueyes y tendré tantos como tú. Pero el otro el dijo: dame dos de tus bueyes y tendré el doble de los que tienes tú. ¿Cuántos bueyes tiene cada uno?” (Problemas para la instrucción de los jóvenes)

En uno de sus escritos morales, Alcuino de York escribe que “la ira es uno de los vicios principales, la cual, si no esta gobernada por la razón se convierte en furia de modo que el hombre pierde el dominio de sí mismo y comete aquello que no le conviene. Y si la ira se instala en la corazón, el hombre deja prever las consecuencias de sus actos y de buscar el juicio recto, y no puede poseer una consideración honesta de la virtudes ni madurez en el consejo, sino todo lo realiza de un modo precipitado” (Libro acerca de las virtudes y los vicios para el Conde Guido, Cap. XXXI).

La ira tiene buena y mala fama en la Historia de las Ideas. Por un lado es el motor para algunas acciones y para tener iniciativa, pero, por otro lado, la ira se conecta con lo irracional y eso la vincula en cierta forma a la locura. Es en este segundo sentido el análisis que realiza Alcuino de York de la ira como contraria a la racionalidad y a la cordura. La ira es una reacción y tiene una duración transitoria. El odio, en cambio, tiende a ser más permanente y frío.

En otro pasaje, Alcuino de York escribe “la virtud posee cuatro partes principales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La prudencia es la ciencia de las cosas divinas y humanas, en la medida en que ha sido dada al hombre, y a ella le compete comprometer de qué debe cuidarse y qué debe hacer, y esto es lo que se lee en el salmo: “Apártate del mal y haz el bien”.

La justicia es la nobleza de ánimo que da a cada dignidad lo que le es propio. De esta manera se da el culto de la divinidad y el derecho de la humanidad, y el juicio justo, y se conserva la equidad de toda vida.

La fortaleza es gran paciencia y longanimidad del alma, la perseverancia en la buenas obras y la victoria contra todo tipo de vicios.

La templanza es la medida de la vida, a fin de que el hombre no ame u odie en exceso, sino que modere con diligencia todos los cambios de la vida” (Libro acerca de las virtudes y los vicios para el Conde Guido, cap. XXXV).

Este análisis de las virtudes que presenta Alcuino de York es una combinación de las influencias aristotélica y cristiana. O en otras palabras, es una cristianización del enfoque de las 4 virtudes aristotélicas.  

La prudencia es concebida como la virtud central de la racionalidad práctica, como guía útil para la toma de decisiones. Valores que deben acompañar a la ética como práctica de la vida buena. La justicia tiene que ver con la equidad, con los valores consensuales sobre los que organizar la vida en común. Cada teoría de la justicia apela a una noción de igualdad, basada en determinados criterios. Los debates sobre la justicia se basan en la idoneidad de esos criterios u otros alternativos.  

Otra virtud a la que apela Alcuino es fortaleza a asocia a la perseverancia y a la longanimidad. Ésta es definida por al Real Academia como “grandeza y constancia de ánimo en las adversidades.” En muchas ocasiones, el éxito se consigue por la perseverancia y la grandeza de ánimo. Ésta es la parte de la ética de las virtudes  que se centra en la repetición de hábitos. Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente.

La templanza tiene que ver con la moderación. Este es un enfoque muy aristotélico donde la virtud es el término medio entre dos vicios uno por exceso, otro por defecto. Norberto Bobbio escribió un elogio de la templanza y sostuvo que frente a visiones la política como las de la versión maquiavélica de Maquiavelo o de la tesis amigo/enemigo de Carl Schmitt, la templanza no era la virtud política. Me permito disentir y preferir una política del consenso, la moderación y el diálogo, propias de la templanza.  

En otro tratado, Alcuino escribe: “como sostienen los filósofos, la naturaleza del alma es triple. Hay en ella una parte concupiscible, otra racional y una tercera irascible. Las bestias y los animales poseen dos de estas partes en común con nosotros, la concupiscible, y la irascible. Sólo el hombre entre los seres mortales posee la fuerza de la razón, sobresale en sabiduría y excede en inteligencia. Pero la razón, que es característica de la mente, debe gobernar a estas dos, a la concupiscencia y a la ira” (Acerca de la naturaleza del alma, 2).

Si al RAE define concupiscible como “que tiende hacia el bien sensible” e irascible como “propenso a la ira”, se puede ver como, según Alcuino, la diferencia con lo animales radica en la racionalidad, a asocia a sabiduría e inteligencia. Se podría argumentar que no todos los seres humanos comparten las mismas características de sabiduría e inteligencia. En incluso que la sabiduría esta reñida con ciertas formas de inteligencia. El debate actual se centra en que los animales, pese a estas diferencias, deben ser titulares de derechos e incluso titulares de ciudadanía.

En ese mismo tratado, Alcuino escribe: “según las propiedades naturales, el alma puede ser definida del siguiente modo: espíritu intelectual, racional, siempre en movimiento, siempre viviente, capaz de buena y mala voluntad; ennoblecido con el libre albedrío por la bondad de su Creador, corrompido por su propia voluntad, liberado por la gracia de Dios en aquellas cosas que Dios mismo ha querido, creado para regir los movimientos de la carne, invisible, incorpóreo, sin peso, ni color, contenido totalmente en cada una de las parte del cuerpo” (Acerca de la naturaleza del alma, 6).

Lo interesante de esta definición del alma son los presupuestos implícitos en los que se apoya: parte de una visión espiritual del mundo, que asocia la racionalidad -¿no hay un alma irracional?-, defiende la doctrina del libre albedrío –frente a las diversas variantes del  determinismo- y tiene como presupuesto la existencia de Dios. Así era concebida el alma humana en siglo VIII donde la libertad tenía un papel relevante para poder comprender a los seres humanos.

Avicena, los contrarios en el alma

Avicena destacó en los campos de la Medicina y la Filosofía.

 

Avicena, en versión latinizada, o Ibn Sina por su nombre en árabe, nació en Irán en 980 y vivió  hasta 1037 d.C. Es un autor muy prolífico, que destaca en los campos de la Medicina y la Filosofía. Junto con el cordobés Averroes –al que influyó- es una de las figuras más destacadas del pensamiento islámico medieval.

Su enfoque tiene una clara influencia de Aristóteles y esta lectura aristotélica, que incluía un aporte original, tuvo mucha repercusión en la escolástica medieval cristiana. Avicena relata en su autobiografía que el pago recibido por curar la enfermedad del emir de Bujārā, Ibn Mansūr, fue permitirle el acceso a su imponente biblioteca. Esto le permitió leer la Metafísica de Aristóteles y también se guió por un comentario a la Metafísica escrito por al-Farabi.

Eran famosas en su época sus obras Libro de la curación y Canon de medicina, que estaban inspiradas en Hipócrates y Galeno y que eran un compendio de conocimientos en medicina. Entre su abundante obra, se encuentran los Tres escritos esotéricos, que estaban escritos para iniciados. Unos los llaman místicos, otros que tratan sobre el destino del hombre o que se denominan escritos simbólicos.

Dentro de esos Libros esotéricos, en el texto denominado Libro de las indicaciones y advertencias, Avicena afirma “la experiencia y el razonamiento concuerdan en que es propio del alma humana recibir durante el sueño favores de lo invisible. Así pues, nada impide que algo semejante se dé (también) en el estado de vigilia, a menos que este obsequio esté suprimido por algún motivo o que (el alma) esté perturbada, lo que es testimoniado como por lo observado” (Libro de las indicaciones y advertencias, X. 8).

Es interesante plantearse por qué necesitamos dormir. ¿Se puede vivir sin soñar? Hay quien sostiene que Avicena da un precedente de la noción de inconsciente, que siglos después desarrollaría Freud. Existen procesos que escapan a la consciencia y que pueden aparecen en los sueños y que tienen un papel en la vida de las personas. Esto significa que las mentes humanas son complejas y profundas y tienen varios niveles o dimensiones donde se desarrollan, incluso sin darnos cuenta.

En otro pasaje, Avicena afirma que “las facultades del alma operan en sentido contrario y tienden a excluirse (mutuamente).

Cuando la cólera se excita, separa el alma de la concupiscencia y viceversa. Cuando el sentido interno se concentra en su operación, se separa del sentido exterior y apenas oye y ve lo contrario. Cuando el sentido interno se vuelve hacia el sentido externo, inclina el alma hacia este último y, por consiguiente, queda separada de su función para la que necesita grandemente su instrumento (: el pensar). Sucede, a demás, otra cosa y es que el alma se ve arrastrada del lado del movimiento más fuerte, abandonando entonces los actos que le son propios” (Libro de las indicaciones y advertencias, X.11).

Si la Real Academia define cólera como “ira, enojo, enfado” y la concupiscencia como ”deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos” es interesante concebir el alma humana como una lucha de elementos en tensión, que tienden a excluirse. Cuanto más se practique uno, menos se desarrollará el otro. Este enfoque tiene un ineludible parecido a la teoría de las virtudes y los vicios de Aristóteles.

Un elemento de esta visión, que Avicena deja abierto, es el papel que las emociones y la racionalidad deban tener. En la actualidad, se está mirando con nuevo interés el rol de las emociones en política. Cosa que aplicaban los demagogos en al Atenas clásica y, hoy en día, los populismos de todo signo.

Siguiendo su argumentación, Avicena plantea “siempre que, de algún modo, el alma está fortalecida, su pasividad ante las demandas (sensoriales) es menor y es más fuerte su control sobre ambos lados (sensitivo e intelectivo); conforme se encuentra en la situación opuesta, sucede al revés. Igualmente, siempre que de algún modo es más sólida, menos se deja agobiar por las preocupaciones y las domina, inclinándose hacia el otro lado. Si está muy fortalecida, esta intención es mucho más fuerte. Además, si está bien entrenada, su cuidado para protegerse de lo contrario al ascesis es más fuerte, así como su acción libre sobre sus relaciones” (Libro de las indicaciones y advertencias, X.17).

Se puede ver como en este párrafo se distingue entre los aspectos sensitivos e intelectivos del alma y cómo las demandas de unos llevan a disminuir los otros. Existe una cierta ley de la compensación. Para conocerse y dominarse se requiere una cierta  gimnasia, un entrenamiento que aúne lo sensorial y lo intelectivo. Hay quien consigue resultados a través de la meditación y del yoga.

“Guárdate mucho de manifestar un espíritu crítico y de prescindir de las ideas populares, mostrando tu rechazo a cualquier historia (extraordinaria), pues es señal de debilidad y ligereza. La torpeza no es menor tanto cuando niegas lo que no es evidente inmediatamente que al aceptar aquello cuya prueba es evidente no se presenta ante ti. Al contrario, debes amarrarte la soga de la espera, /incluso cuando te irrite el ignorar lo que te cosquillea la oreja, hasta tanto se ha demostrado su absurdo.

La línea de conducta conveniente para ti consiste en colocar los casos de tales hechos en el terreno de la (mera) posibilidad hasta tanto que una demostración apodíctica te haga rechazarlos. Debes saber que en la naturaleza existe maravillas y que las fuerzas activas de lo alto se unen con las fuerzas pasivas de lo bajo para dar lugar a eventos extraordinarios” (Libro de las indicaciones y advertencias, X.31).

En la línea aristotélica, Avicena aboga por la prudencia para encontrar y verificar la verdad. En la era de la posverdad y la fake news, las apariencias y los grandes titulares suelen esconder una letra pequeña que acaba siendo accesible sólo a unos pocos. La arena pública es un foro de discusión donde se aboca todo tipo de información y opiniones y ha de ser el sentido crítico y la cultura de cada cuál los que le haga discernir dónde está la verdad.  Es una tarea, un proceso. La receta de Avicena es siempre ser prudentes y esperar a demostraciones fuera de toda duda.

Agustín de Hipona, Ciudad de dios

 

 

En la Edad Media se seguía la doctrina de las dos espadas, que distinguía entre el báculo -poder religioso- y el cetro -poder civil-.

 

Agustín de Hipona es uno de los pensadores más destacados de la Edad Media. Es Santo y Doctor de la Iglesia católica. Es un autor prolífico donde busca conseguir una síntesis de fuentes clásicas y cristianas. Sus obras más destacadas son  Confesiones y Ciudad de dios. Precisamente una interpretación de esta obra recibió el nombre de agustinismo político y tenía como idea central la subordinación de la política a la religión. Este enfoque fue muy influyente en la Edad Media y, según algunos, persiste en tiempos actuales. Sin embargo, de la literalidad del texto de la Ciudad de dios no se desprende necesariamente esta tesis central del agustinismo político.

En las primeras páginas de la Ciudad de dios se puede leer: “lo cierto es que estas dos ciudades se hallan confundidas y mezcladas en este tiempo, hasta que sean separadas por el juicio final; acerca de su origen, su desarrollo y su obligado final expondré lo que creo que ha de decirse, en la medida en que me ayude la voluntad divina, para gloria de la ciudad de Dios, que brillará con más claridad al ser comparada con las demás” (Ciudad de dios, I.35).

En inicio la obra, Agustín dedica esencialmente a responder de forma general a las acusaciones contra la religión cristiana, que, al prohibir el culto de los dioses paganos, trajo tantos males a Roma, especialmente el saqueo de Alarico en 410. Con este objetivo, distingue una ciudad celestial, llena de virtudes, y una ciudad terrenal, donde abundan males y pecados. Pero lejos de la imagen tópica –y equivocada- que distingue a estas ciudades como espacios físicos distintos, Agustín en este párrafo muestra como ambas ciudades están mezcladas y, entonces, se trata más de una cuestión personal de cómo se orienta la vida, hacia el bien o hacia el mal.

Más delante, se puede leer: “incomparablemente más ilustre es la ciudad celeste, donde la victoria es la verdad; la dignidad, santidad; donde la paz, felicidad; donde la vida, eternidad. Si tú sentiste rubor de tener personas tales en tu comunidad, ella mucho menos admite en la suya tales dioses. Por lo tanto, si deseas llegar a la ciudad bienaventurada, evita la sociedad de los demonios” (Ciudad de dios, II, 29).

En la obra Ciudad de dios, se dan las características de dos ciudades como un contraste en entre virtudes celestiales y vicios terrenales. La moraleja que busca establecer Agustín de Hipona es que la decadencia del Imperio romano no fue debida a la adopción del cristianismo como religión oficial, sino más bien a una pérdida de valores en la diversas costumbres.

Una interpretación de esta obra de la Ciudad de dios fue muy influyente en la Edad Media ya que sostenía que el poder político debía estar subordinado al poder religioso. Esta conocida como teoría de las dos espadas: el cetro y el báculo. El feudalismo se organizó con una supremacía del poder religioso. En aquella época, los monasterios eran centro de cultura donde se trasmitían la obras de los autores clásicos con las copias de pergaminos. Algo que reflejó Umberto Eco en la novela El nombre de la rosa.

Esta teoría también es conocida como agustinismo político. Una cuestión relevante es si esta teoría pervive en al actualidad. Desde el liberalismo se ha considerado que existe un pacto que separa la esfera publica –donde domina los valores de la justicia- y la esfera privada –donde cada uno puede seguir sus valores de felicidad, virtud o salvación-. Esto significa que el poder tiene límites y no puede imponer moralidades densas, porque los individuos en su esfera privada son libres, con el límite del daño a terceros. Dependiendo del país y su cultura política, la religión juega diversos papeles y dan diversas versiones del secularismo centrado en la separación Iglesia-Estado y la neutralidad estatal sobre las diversas religiones.

En un famoso pasaje de la Ciudad de dios, se puede leer: “así pues, si se elimina la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones? , porque también las bandas de ladrones ¿qué son sino pequeños reinos? Una banda es también una cuadrilla de hombres, se rige por el mando de un jefe, se cohesiona mediante un pacto de asociación, el botín se reparte según la proporción convenida. Si esta calamidad crece por la adición de hombres perdidos hasta el punto de poseer territorios, establecer asentamientos, ocupar ciudades, someter naciones, se apropia más abiertamente del nombre de reino, que ya de forma manifiesta le confiere no la eliminación de la ambición, sino la legitimación de la impunidad.” (Ciudad de dios IV, 4).

Este fragmento se utiliza habitualmente para explicar la controversia entre iusnaturalismo y positivismo jurídico. Básicamente, el primero sostiene que para definir al Derecho se necesita acudir a la Justicia –criterios morales- mientras el positivismo jurídico busca definir el Derecho a partir de criterios formales. Entonces, ¿Qué diferencia el Estado de la banda del ladrones? La respuesta sería que el primero busca la justicia.

Para clarificar el debate es bueno a acudir a Elías Díaz cuando sostiene que toda legalidad pretende ser legítima, pero no toda legalidad consigue ser legítima. El Derecho busca la justicia, pero no necesariamente consigue ser un Derecho justo.  Así se distingue el nivel del Derecho que es del nivel del Derecho que debe ser, visión central para comprender el enfoque positivismo jurídico metodológico.

En la Ciudad de dios, se puede leer: “dice que los filósofos de la naturaleza escribieron por la utilidad, los poetas por el deleite. Y, por esto, los escritos de los poetas, que no deben seguir los pueblos, son los crímenes de los dioses, que, sin embargo, deleitan tanto a los pueblos como a los dioses. Pues tal como dice, los poetas escriben por deleite, no por la utilidad; sin embargo escriben lo que los dioses exigen y los pueblos exhiben” (Ciudad de dios, VI. 6).

Esta reflexión sobre Filosofía y poesía, alude a un tema de actualidad como es la progresiva importancia de las emociones en política y en Filosofía. Determinados discursos y debates están en una línea de apelación a emociones –que podría verse como poética-. Esto esta potenciado por los medios. Lejos de rechazarlo frontalmente, lo relevante es identificar este uso -y manipulación- de las emociones y desarrollar un aprendizaje moral para calibrar las dimensiones que las emociones han de tener el ámbito político y filosófico. Que sea un territorio algo inexplorado, no debe significar que no se pueda estar atento y aprender de las emociones y su lenguaje moral. Como seres humanos somos una combinación diversa de razones y emociones.

Isidoro de Sevilla, “Sentencias” para la vida

Isidoro de Sevilla expone su visión sobre las virtudes y los vicios.

 

Se dan dos facetas simultáneamente en Isidoro de Sevilla. La primera como erudito y estudioso en una época de transición ente el Imperio Romano y la Edad Media y la segunda, como Arzobispo de Sevilla, Santo y Doctor de la Iglesia católica.

Su obra denominada Los tres libros de las “Sentencias” está escrita entre 612 y 615 d. C., y se comprende como un manual dogmático, moral y ascético. La Real Academia define ‘sentencia’ como “dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad”y ese era el sentido en que la se utiliza aquí el término. Este fue un libro muy leído durante la Edad Media. Tiene un trasfondo religioso unido con elementos de cultura clásica. Sus temas tienen que ver con asuntos de teología y otros de moralidad práctica. Está escrito en un estilo claro y conciso, propio del autor.

Hablando de las virtudes, Isidoro afirma: “como el  hombre partiendo de los vicios mas insignificantes, poco a poco cae en los mayores, así apoyándose en pequeñas virtudes, progresivamente se dirigen a las que están en la cumbre”.

Esto esta vinculado con la tesis de la unidad de las virtudes. Los estudiosos del enfoque de las virtudes sostienen que una virtud nunca está sola y que se acompañan de otras virtudes. Y lo mismo pasa con los vicios. Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente y, por tanto, al iniciarse practicando una virtud puede se la puerta a otras virtudes. Se trata de educar el carácter con hábitos y disposiciones que sigan un modelo de excelencia.

Sobre la soberbia sostiene: “los que se enorgullecen por sus virtudes han de ser juzgados por a las mismas obras que practican como virtudes, porque realizan una obra buena con intención no recta. (…) de la soberbia surge la arrogancia, no la arrogancia de la soberbia. Pues, si no ha precedido el oculto engreimiento del alma no se hace ostensible la presuntuosa alabanza”.

La Real Academia define la soberbia “altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros”. Y también como “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”.

Existen determinadas profesiones, o incluso la cultura propia de determinadas organizaciones, que se abonan fácilmente a caer en la soberbia. Cabe distinguir entre la autoestima y la soberbia, mientras que la primera es una positiva valoración de las propias características, en la segunda se da un exceso vanidoso.

Isidoro de Sevilla recomendaba la humildad y la oponía a la soberbia. Somos seres humanos, frágiles y vulnerables, es una mejor estrategia en la vida ser humilde que ser arrogante y soberbio. Esta estrategia de la humildad nos acerca de la mejor manera a los demás.

De la avaricia afirma que “nunca puede saciarse, pues el avaro siempre tiene necesidad y cuanto más obtiene tanto más intenta conseguir, y no sólo se tortura por el deseo de acrecentar sus bienes, sino que sufre por el temor del perderlos.”

La Real Academia define avaricia como “afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. Es curioso imaginarse a personas con grandes fortunas que luchan por tener cada vez más, cuando sus necesidades básicas están de sobra cubiertas.

Ese afán por querer tener cada vez más puede ser avaricia. Caben dos comentarios. La moraleja de la “mano invisible” del mercado de Adam Smith le lleva a la conclusión “vicios privados, virtudes públicas”. Gracias al egoísmo del panadero podemos tener pan cada día. El segundo comentario hace referencia a la visión de Aranguren y su crítica del ciudadano como consumidor satisfecho. El consumismo y su creación de necesidades inexistentes resultan en quitar tono moral a la democracia y convertir a los ciudadanos en consumidores, siempre con necesidades nuevas por satisfacer.

En Sentencias, se puede leer “la envidia del bien ajeno castiga al propio culpable ya que el envidioso se consume por allí por donde el bueno adelanta.”

La Real Academia define envidia como “tristeza o pesar del bien ajeno”. Algunas  personas que envidian tienen grandes sufrimientos. Cada logro de los demás supone aumentarlos. Su carácter es tal que pueden acabar por desear el mal ajeno, lo que de producirse quizá aliviaría su forma de sufrir.

Si se envidia no se tiene una visión equilibrada entre uno y los demás. Los envidiosos suelen ser personas competitivas en extremo. Es bueno alegrarse de los triunfos de los demás e, incluso, si la persona es cercana, cabe considerarlos como algo propio.

En otro pasaje, Isidoro de Sevilla afirma que “el veneno se oculta muchas veces revestido por la miel de las palabras, y el hipócrita simula bondad hasta que burla con el engaño.”

La hipocresía en extremo es un mal moral, pero moderadamente es algo necesario para la vida en sociedad. La buena educación afirma que hay situaciones donde es mejor no importunar a alguna persona con nuestras impresiones o pensamientos, porque parte de la educación se basa en la Regla de Oro: ¿nos gustaría que en esa situación, si tuviera que ver conmigo, simularan o fuesen sinceros?  Sin embargo, en otras situaciones, especialmente con relaciones personales o laborales con fuerte implicación, fingir o ser hipócrita es un mal moral.

Precisamente sobre la amistad, se afirma en las Sentencias “en la adversidad se descubre en seguida al falso amigo; en la prosperidad es incierta la amistad, ni sabe uno si es la persona o su felicidad lo que ama”.

La amistad es una de las mejores cosas en la vida. Cabe afirmar que las amistades pueden basarse en la benevolencia o en el interés. Si las cosas van mal, las amistades por interés desaparecen y, entonces, se mantienen únicamente la amistades por benevolencia. Cultivar las amistades esperando encontrar la benevolencia recíproca es una buena forma de acercarse al ideal.

Agustín de Hipona, contra los académicos

Agustín de Hipona escribe contra visiones de la Filosofía que llevan al escepticismo.

 

Agustín de Hipona nació en Tagaste, actual Souk Abras –Argelia-, en el 354 d. C., vivió hasta el 430 d. C. y pasó parte de su vida en Roma. Su autobiografía se encuentra en su obra Confesiones, donde explica su proceso de conversión al cristianismo. Fue profesor de retórica y había pertenecido a la secta de los maniqueos. Fue Obispo de Hipona y es Santo y Doctor de la Iglesia católica.

En su obra Contra los académicos, critica los argumentos de los académicos – de la época clásica- que llevaban al escepticismo. Está escrita en forma de diálogo y tiene como base otro diálogo -hoy desaparecido- de Cicerón llamado el  Hortensio, que es una invitación abierta a la Filosofía y que cambió para siempre la vida de Agustín de Hipona.

En uno de los momentos iniciales de la conversación los participantes se plantean qué es el error. Y, entonces, uno de ellos afirma que “yo creo que el que yerra no vive según la razón, ni es dichoso totalmente. Es así que yerra el que siempre busca y nunca halla. Luego tú tienes que demostrar una de estas dos cosas: o que errando se puede ser feliz o que el que siempre investiga la verdad, sin hallarla, no yerra” (Contra los académicosI, 4, 10).

Este fragmento vincula la noción de verdad y la felicidad. ¿Se puede ser feliz sin conocer la verdad? La respuesta, según Estrategia Minerva Blog, es que todos somos filósofos y que gracias a la Filosofía –como perspectiva vital- cada uno conoce su Alfa y su Omega y se orienta moralmente. Y ese es un proceso interior para investigar la verdad y, se puede sostener, que en ese proceso interior y en esa perspectiva se encuentra ya la felicidad.

Después de hablar de diversas definiciones de sabiduría, uno de los participantes afirma “la mejor definición del camino que lleva a la verdad es la diligente investigación de la misma. El que tome este camino, será ya sabio; pero ningún sabio es desdichado y por otro lado, todo hombre o es feliz o es desgraciado; luego, el hombre feliz lo será no sólo por la invención de la verdad, sino también por su búsqueda(Contra los académicos, I, 5, 14).

En estas líneas, Agustín de Hipona aboga por la diligente investigación de la verdad que es el camino a la sabiduría y a la felicidad. Es una unión encomiable entre Teoría y Práctica, que realiza una afirmación de que ningún sabio es desdichado y esto no siempre se cumple. Pueden darse circunstancias adversas, pero el sentido de la frase es que alguien sabio sabrá hacer frente y dará el adecuado sentido a los acontecimientos. La vida es un gerundio –actividad en movimiento-, buscando diligentemente la verdad.

Desde la perspectiva escéptica, un participante del diálogo afirma: “si según sus argumentos, es probable que nada pueda percibirse y que a ninguna cosa se debe prestar asentimiento. Si logras demostrar esto, gustosamente me daré por vencido; pero si yo logro probar que es mucho más probable que el sabio puede llegar a la verdad, y que el asentimiento no siempre se debe suspender, no tendrás tu ninguna razón para no pasarte a mi lado” (Contra los académicos, II, 13, 30).

Agustín ha conectado verdad y felicidad, pero existen posiciones que sostienen que no es posible conocer los valores morales, como afirman variantes del escepticismo moral. Me refiero a visiones filosóficas con una narrativa cercana a literatura, con una retórica brillante, pero que acaban por justificar que todo valeen ética. Desde el escepticismo moral es difícil construir en ética o en Derecho. Los valores nos permiten orientarnos moral -y jurídicamente- y sirven para organizar la convivencia en común.

En otro pasaje de Contra los académicos se afirma: “-Quiero que me digas, le dije yo, la diferencia que hay entre el filósofo y el sabio.

– Entre el sabio y el aspirante a la sabiduría no hallo sino esta diferencia: las cosas que el sabio posee como hábito, el aspirante las tiene en el ardor del deseo.

-Pero en fin ¿a qué cosas te refieres? Pues para mí la diferencia es: el uno conoce la sabiduría, el otro quiere conocerla”(Contra los académicos, III, 3, 5).

Es interesante porque aquí uno de los participantes mantiene que la sabiduría es un hábito y esto está vinculado con la noción de virtudes. De esta forma, uno puede adquirir una virtud si actúa virtuosamente. Cabe mencionar que en el enfoque de las virtudes, la experiencia tiene un papel central. El consejo de alguien con más experiencia puede valer, pero siempre existe la tentación de experimentar por uno mismo. La búsqueda de la sabiduría ha entonces de ser un camino hacia la verdad y frente al error. Filosofía significa“amor por el saber”y buscaba ser un actitud vital distinta de los sofistas, que eran sabios profesionales. Filosofía consiste en preguntar para Sócrates, pero también es un actividad vital para orientarse. Es la brújula de los seres humanos.

En la parte final del diálogo, habla el propio Agustín con estas palabras: “tengo propósito de consagrar mi vida a la investigación. Y como para esta labor me impedían con bastante fuerza los argumentos de los académicos contra ellos me he fortalecido con la presente discusión. Pues nadie es dudoso que una doble fuerza nos impulsa al aprendizaje: al autoridad y la razón. Y para mí es cosa cierta que no debo apartarme de la autoridad de Cristo, pues no hallo otra más firme. En los temas que exigen arduos razonamientos –pues tal es mi condición que impacientemente estoy deseando conocer la verdad, no sólo por fe, sino por comprensión de la inteligencia- confío entre tanto hallar entre los platónicos la doctrina más conforme con nuestra revelación” (Contra los académicos, III, 20, 43).

En este pasaje se promueve lo que sería la mentalidad medieval como una síntesis entre platonismo y cristianismo. Como es conocido, los monasterios medievales guardaban pergaminos con las obras clásicas que iban transcribiendo en una laboriosa tarea. En ese proceso surgen una serie de autores que adoptan las ideas de Platón y Aristóteles y las interpretan desde una perspectiva cristiana.

En Contra los académicos, Agustín de Hipona plantea el vínculo intrínseco entre verdad y felicidad -frente a los escépticos- y que su búsqueda diligente es una actividad valiosa, que nos permite descubrir estos valores, investigando, filosofando, viviendo.