Bartolomé de las Casas, apología por la paz

Bartolomé de las Casas (1484-1566) fue un fraile dominico, escritor y misionero español, conocido por su defensa de los derechos de los pueblos indígenas de América durante el período de la colonización española. Tuvo una formación más bien autodidacta, orientada hacia la Teología, la Filosofía y el Derecho. Pasó a las Indias en 1502, diez años después del descubrimiento de América, en La Española, Santo Domingo. Se ordenó sacerdote en 1512 y fue el primero que lo hizo en el Nuevo Mundo. Más adelante, fue obispo de Chiapas, México.

Es famosa la controversia sostenida con Juan Ginés de Sepúlveda (1550) sobre el status de las personas indígenas y sobre la licitud de la guerra. Las Casas fue un pionero en el pensamiento sobre derechos humanos y la justicia social. Precisamente en esta controversia, Bartolomé de las Casas aporta algunos argumentos para abstenerse de la guerra y sobre la igualdad, que se comentarán a continuación al estilo de Estrategia Minerva.

“En primer lugar, porque, entre dos males, si uno no puede evitarse, debe elegirse el menor, según la recta razón” (Bartolomé de las Casas, Apología, cap. 40).

Aquí cabe distinguir entre la doctrina del mal menor y la doctrina del doble efecto. Según la primera, se ha de evitar la opción que globalmente considerada produzca peores consecuencias. Según la segunda, cuando se realiza una acción determinada se dan unas consecuencias negativas no intencionales, además de las intencionales, que son positivas. Aplicar el doble efecto supone que el bien producido por esta acción es superior al mal.  

La relación entre el mal menor y la racionalidad es fundamental. La racionalidad proporciona las herramientas y el marco analítico necesarios para aplicar el principio del mal menor de manera efectiva. 

“En segundo lugar, es manifiesto que perecerán así más inocentes que los que se trata liberar. Además, por un estrictísimo precepto negativo, se nos prohíbe en todo caso matar al inocente” (Bartolomé de las Casas, Apología, cap. 40).

Los inocentes, en este contexto, son las personas que no participan activamente en el combate. Si la legítima defensa suele justificarse, en el marco de las teorías de la guerra justa, ésta no se extiende a las personas inocentes. 

“En tercer lugar, porque en la guerra los inocentes no pueden distinguirse de los culpables” (Bartolomé de las Casas, Apología, cap. 40).

Guerra es definida en -una de sus acepciones- por la Real Academia como “lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación.” Suelen ser situaciones brutales, violentas, que suponen daños y víctimas en ambos bandos, sufrimiento y dolor.  La reflexión de Las Casas está en la línea de recordar que, en estas situaciones de conflictos armados, los matices y diferencias son difíciles de perfilar, en especial, entre personas combatientes e inocentes. Y las consecuencias en términos personales y materiales suelen ser terribles.

En la parte final de su obra Apología, Bartolomé de las Casas sostiene: “los indios son nuestros hermanos por los cuales Cristo dio su vida ¿Por qué los perseguimos sin que haya merecido tal cosa con inhumana crueldad?” (Bartolomé de las Casas, Apología, cap. 63).

Frente a su contrincante, Ginés de Sepúlveda, en la Controversia de Valladolid, Bartolomé de las Casas sostiene que los indígenas son hermanos de los europeos. Esto, lejos de ser un principio improvisado ante la nueva situación, está en el núcleo del cristianismo. En la Epístola a los Gálatas, San Pablo escribe: “ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas, 3, 28). Este mensaje de igualdad era novedoso en la Antigüedad y lo sigue siendo ahora y tuvo como antecedente a los estoicos.

La obra más conocida de Bartolomé de las Casas es “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, publicada en 1552, este libro tuvo un gran impacto en Europa y ayudó a generar un debate sobre los derechos humanos de los indígenas. Es una invitación a considerar la alteridad y replantear los propios presupuestos. Ser auténtico desde la asunción de las diferencias, partiendo de la igualdad de los seres humanos. 

“Si esto se hace así, estoy convencido de que ellos abrazarán la doctrina evangélica, pues no son necios ni bárbaros, sino de innata sinceridad, sencillos, modestos, mansos y, finalmente, tales que estoy seguro de que no existe otra gente más dispuesta que ellos abrazar el Evangelio, el cual una vez por ellos recibido, es admirable con qué piedad, ardor, fe y caridad cumplen los preceptos de Cristo y veneran los sacramentos; pues son dóciles e ingeniosos y en habilidad y dotes naturales superan a muchas gentes del mundo conocido (…)” (Bartolomé de las Casas, Apología, cap. 63).

En el mensaje de De las Casas subyace la noción de igual dignidad humana, base de los derechos humanos. Una crítica habitual a este autor es que no extendía este concepto a las personas negras. Sus visiones han de contextualizarse históricamente de forma adecuada, y no leerlas desde el posmodernismo de algunas visiones. 

Dos nociones podrían reivindicarse desde el enfoque próximo a Bartolomé de las Casas: mestizaje y sincretismo. Los racistas de todo signo tienen temor a la mezcla y lo que ha caracterizado la visión más genuina de la Historia latinoamericana es precisamente el mestizaje y es algo a celebrar. Y el sincretismo como fusión de culturas y/o religiones, también es algo positivo, de lo que aprender. Puede potenciar las mejores energías de la sociedad, pero como suele ocurrir en las políticas de la identidad, puede enfocarse de forma divisiva y excluyente. Frente a ese riesgo, Bartolomé de las Casas lanzó un mensaje universal de igual dignidad humana y fraternidad como motor de avances sociales.

Francisco de Vitoria, sobre la guerra justa

El Renacimiento español tiene una de sus figuras destacadas en Francisco de Vitoria (1483-1546). Fue un dominico español, renovador de la Teología e impulsor de la Escuela de Salamanca de Derecho natural. Se le considera fundador de la ciencia del Derecho internacional y de la noción de derechos humanos. Uno de los filósofos políticos más relevantes del siglo XX, John Rawls, en su libro titulado Derecho de Gentes y una revisión de  la idea de razón pública cita a De Vitoria y, desde una concepción liberal, se adhiere a su teoría de la guerra justa. 

Precisamente Francisco de Vitoria aborda este tema clásico en su ensayo titulado “Sobre el derecho de guerra” cuando se pregunta: “¿Cuál puede ser la razón y causa de una guerra justa?”. Abordaremos a continuación esta cuestión, a partir de este autor, desde la perspectiva de Estrategia Minerva Blog.

La primera aproximación de De Vitoria para responder a esta cuestión afirma que “la diversidad de religión no es causa suficiente para una guerra justa.” Y se justifica con que  “aunque la fe les haya sido anunciada a los bárbaros con signos suficientes de probabilidad y no hayan querido aceptarla, no, por esa razón, es lícito perseguirlos con la guerra y despojarlos de sus bienes” (Francisco de Vitoria, Sobre los indios, II.15).

Francisco de Vitoria fue profesor en la Universidad de Salamanca y nos han llegado hasta nuestros días sus lecciones, o relecciones, sobre diversos temas de interés. En concreto, el título completo de la dedicada a la noción de guerra justa se titula: “Sobre el derecho de guerra de los españoles sobre los bárbaros”. En contra de lo que afirma la leyenda negra sobre la colonización española de América Latina, la Escuela de Salamanca sentó las bases para los derechos humanos y las reglas del Derecho internacional. Y, como se ha visto, De Vitoria no justificaba la guerra por diversidad de religión.  

Otro tema que aborda Francisco de Vitoria es que “no es una causa justa de una guerra el pretender expandir los dominios”  y sostiene al respecto: “esta proposición es demasiado evidente como para que necesite ser demostrada. Pues de lo contrario, siempre habría causa justa para cualquiera de las guerras beligerantes, y así todas serían inocentes” (Francisco de Vitoria, Sobre el derecho de guerra, III.11).

La historia de la Humanidad contiene variados ejemplos de gobernantes que han tenido políticas expansionistas más allá sus fronteras.  A veces justificadas en teorías como las del espacio vital. Los resultados de estas guerras ofensivas forman parte de la Historia y de la memoria. No sería esta una estrategia justificada en el vigente Derecho internacional, ni como análisis costes/beneficios a medio y largo plazo.

Y continua Francisco de Vitoria “tampoco es causa justa de una guerra a la propia gloria del príncipe ni otro provecho particular del mismo” y, en este sentido, afirma que “esta proposición también es evidente, pues el príncipe debe ordenar al bien común de la República, tanto la guerra como la paz, y no puede invertir los fondos públicos en su propia gloria, en su provecho, y mucho menos exponer a sus súbditos al peligro. La diferencia entre el legítimo rey y un tirano está en que el tirano ordena el Gobierno al propio interés y provecho, mientras que el rey lo ordena al bien público, como dice Aristóteles” (Francisco de Vitoria, Sobre el derecho de guerra, III.12).

Si el gobernante hace la guerra por su beneficio particular, se convierte en un tirano, como sostuvo Aristóteles en su obra Política. Allí el filósofo estagirita propuso una clásica tipología de formas de gobierno, donde distingue aquellos dirigentes que promueven el bien común en sus acciones de gobierno -monarquía, aristocracia, politeia– y los que actúan por su propio provecho o el de los de su grupo -tiranía,  oligarquía, democracia-. Es interesante porque desde el primer libro que se escribió de Ciencia política, que aborda en especial cuestiones de la democracia clásica de la polis de Atenas, se tienen identificados temas de rendición de cuentas.

Y la respuesta afirmativa a  la cuestión que planteó de Vitoria es la siguiente: “la única causa justa para hacer la guerra es la injuria recibida“ y, de esta forma, afirma que “además la guerra ofensiva se hace para vengar una injuria y escarmentar a los enemigos, como ya se ha dicho. Pero no puede haber venganza donde no ha precedido una injuria y una culpa. Luego la conclusión es evidente” (Francisco de Vitoria, Sobre el derecho de guerra, III.13).

Se llega aquí a la médula de la argumentación de Francisco de Vitoria: está justificada la guerra defensiva, la legítima defensa. En palabras de Bobbio“es lícito repeler la violencia con la violencia.” Y el autor italiano se plantea: “¿Pero acaso la estrategia de la guerra atómica permite aún mantener la distinción entre guerra ofensiva y guerra defensiva?” (Norberto Bobbio, El problema de la guerra y las vías de la paz). De Vitoria no habló de guerras preventivas, pero en la respuesta a Bobbio cabe analizar si está justificada una guerra preventiva frente a una amenaza relevante. En este análisis de riesgos se sitúan las situaciones de funambulismo estratégico en escenarios de disuasión nuclear.

Y Francisco de Vitoria añade: “no basta una injuria cualquiera de cualquier gravedad para hacer la guerra”. Y, de este modo, aclara que “se prueba esta proposición porque ni siquiera es lícito imponer tan graves penas como la son la muerte, el destierro o la confiscación de bienes a los propios súbditos por una culpa cualquiera. Ahora bien, como todas las cosas que se hacen en la guerra, son graves e incluso atroces como matanzas, incendios, devastaciones, no es lícito castigar con la guerra a los que han cometido ofensas leves, puesto que la medida de castigo debe estar de acuerdo con la gravedad del delito” (Francisco de Vitoria, Sobre el derecho de guerra, III.14).

La clave en la legítima defensa es la proporcionalidad. Ya Tomás de Aquino la defendía “moderando la defensa según las necesidades de la seguridad amenazada” (Tomás de Aquino, Suma teológica, II—II, q. 64, a. 7, c). Es en ese pasaje de la Suma teológica, donde aparece formulada la teoría del doble efecto: un acto tiene dos efectos, uno intencionado -conservar la vida- y otro no, que sería accidental -la muerte del agresor-. La clave para Tomás de Aquino es que el acto sea proporcionado a su fin. 

Una aplicación de la doctrina del doble efecto, es propuesta por Rawls, cuando afirma que se prohíben las bajas civiles salvo en la medida en que sean el resultado indirecto y no intencionado de un ataque legítimo contra un objetivo militar (Rawls, Derecho de Gentes y una revisión de  la idea de razón pública).

La teoría de la guerra justa en Francisco de Vitoria es un clásico en la reflexión sobre los asuntos públicos. Como buen clásico, permite relecturas más actuales y, como decía Italo Calvino, puede concebirse como un talismán, una brújula sobre la que orientarse al enfocar los territorios de la paz y de la guerra. 

Tomás Moro, fortaleza contra la tribulación

En 1534, Tomás Moro (1478-1535), conocido autor de la obra Utopía y defensor de la ortodoxia católica contra Lutero y otros escritores, fue capturado en la Torre de Londres junto al Támesis después de rechazar el juramento que el rey Enrique VIII exigía de sus súbditos, para otorgarle el título de cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra. Después de 14 meses, el 1 de julio de 1935, fue sometido a juicio y sentenciado a muerte, siendo ejecutado en la mañana del 6 de julio. 

Tomás Moro escribió varias obras durante esos meses, entre las que se destaca Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, en el que se mantiene firme en sus convicciones que lo han llevado a la Torre de Londres, donde ha perdido su posición y es posible que pierda la vida. Es un libro que hace muchas referencias religiosas y puede verse como un ejercicio de afirmación frente a las dificultades. También se brindan recomendaciones y visiones de gran sabiduría, las cuales se analizarán a continuación con el enfoque de Estrategia Minerva.

“Pero por muy alta que suba entre las nubes esta flecha de la soberbia, y por mucha alegría que sienta el que vuela sobre ella, recuerda el interesado que, aunque parezca liviana, lleva una pesada cabeza de hierro y en consecuencia, por muy alto que vuele, se vendrá abajo y se estampará en el suelo; y a veces no cae en un lugar muy limpio, sino en uno que la soberbia torna en reproche y vergüenza, y toda la  gloria se desvanece” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, II.16).

La Real Academia define la soberbia como” altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros”, mientras que también se puede definir como “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”. La soberbia es una mala estrategia porque puede arruinar las relaciones interpersonales, provocar una falta de empatía y tener dificultades para aprender.

En algunos contextos y sectores, se fomenta una actitud humana que evita ponerse en el lugar del otro y es lo opuesto a la humildad. Puede considerarse un obstáculo para la buena gestión de las emociones y la buena relación con los demás.

“En muchas cosas, sobrino, es difícil mandar o prohibir, afirmar o negar, reprobar o permitir una materia propuesta así, sin más, o poder decir con precisión “esto es bueno” o “esto es malo”, sin considerar las circunstancias” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, II.17).

Esto recuerda la famosa frase de Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia” se encuentra en su obra Meditaciones del Quijote, publicada en el año 1914. La frase completa, que a menudo se cita de forma incompleta, es: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Con esta frase, Ortega quiere decir que no podemos alcanzar la plenitud como individuos si no nos comprometemos con nuestro entorno y no luchamos por mejorarlo. 

En el caso de Tomás Moro, se refiere al nivel de la ética y del Derecho, que debe tener en cuenta las circunstancias del caso en particular. Lo cual se relaciona con la dicotomía entre el universalismo y el particularismo, así como la importancia de la posibilidad de que las soluciones generales puedan ser reinterpretadas en función de nuevas circunstancias.

“Consideremos ahora el buen nombre del honor y la fama. Estas tres cosas son una por naturaleza y se distinguen solo en la manera en que el lenguaje vulgar se refiere a personas en diferentes posiciones. Por pobre que uno sea, siempre puede tener buen nombre. El honor, en la opinión común de la gente, no pertenece a cualquiera, sino a quienes han tenido por cierta estatura y riqueza, y así estimado entre los vecinos. Con la fama honorable la gente concibe el renombre de grandes dignatarios de quienes se habla mucho, sobre todo por motivo de sus acciones loables” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, III.9).

En la era digital actual, es posible reinterpretar el buen nombre, el honor y la fama honorable. Es necesario reconceptualizar los términos privado, público e íntimo. Sin embargo, parece que la maledicencia, la desinformación, los rumores y las noticias falsas están ganando terreno. Lo peor es que parece que no hay normas para verificar las noticias y que todo es lo mismo. Más que nunca, la Filosofía es necesaria

“Hay quienes son llevados a este frenesí placentero de abundante y loca vanagloria por quienes ellos mismos contratan para que les adulen, y si hacen de otro modo no estarán contentos sino muy enojados. No solo si alguien les dice la verdad cuando hacen algo mal, sino también si les elogian tenuemente” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, III.10).

Es común encontrarse con aduladores profesionales que elogian constantemente todo lo que reciben de sus superiores. Se otorga un nivel mínimo de educación y cortesía para evitar desagradecimiento. Pero en contextos profesionales, es bueno poder expresar visiones críticas. Si uno es jefe, es importante potenciar a los demás en positivo y nunca denigrarlos o humillarlos.

“Consideremos ahora cuál es la prosperidad temporal que viene a través de grandes cargos, puestos de autoridad para la gente mundana, es decir, para quienes los desean sin ningún otro y mejor fin” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, III.11)

Tomás Moro desempeñaba funciones significativas en Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII. Este optó por establecer la Iglesia de Inglaterra y separarse de la Iglesia católica para su propio beneficio. Tomás Moro optó por mantenerse fiel a sus creencias, dejar sus cargos y desobedecer al soberano. La jerarquía de valores de Moro y la importancia que les da a los cargos explican esto.

“Me parece que la desgracia más grande en la actividad es ser forzado a un trabajo que no haríamos de buena voluntad. Séneca nos enseña un buen remedio contra este infortunio: “Esfuérzate siempre de modo que nunca hagas algo en contra de tu voluntad.” Acostumbrémonos siempre a poner nuestra buena voluntad en aquello que vemos que tiene que ser hecho” (Moro, Tomás, Un diálogo sobre la fortaleza ante la tribulación, III.18).

Este punto es fundamental en la tragedia de Tomás Moro, pero también puede tener un impacto significativo en contextos profesionales y personales. Por un lado, las acciones extremamente injustas a las que cabe oponerse, lo cual es un tema clásico en la Filosofía del Derecho. Pero hay muchas cosas que no queremos hacer, y paradójicamente a su historia, Moro aconseja que pongamos nuestra buena voluntad para realizarlas. Es una forma de poder superar la tribulación.

Pedro Abelardo, diálogo entre un filósofo y un cristiano

Abelardo y Eloísa tuvieron una complicada historia de amor.

Pedro Abelardo nació en Bretaña en 1079 y murió en Chalons en 1142. Fue monje, filósofo, teólogo y poeta. Estudió en París en época de la Escolástica. En la famosa controversia medieval entre nominalismo -que afirma que los nombres abstractos, como virtud o humanidad, carecen en absoluto de existencia real- frente al realismo -que sostiene la realidad de los nombres abstractos o universales-,  Abelardo se situaba con el nominalis

En una de sus obras, Pedro Abelardo presenta un diálogo entre un filósofo y un cristiano, comentando una frase de Gregorio que dice, “la fe no tiene mérito alguno para aquel a quien la razón humana le suministra una prueba.” Y, entonces, el Filósofo afirma “en efecto, cuando tu pueblo no es capaz de argumentar la fe que profesa, al momento aduce esta frase gregoriana para compensar su ignorancia. Pues, en mi opinión ¿qué otra cosa puede significar eso sino al asentir a la predicación de cualquier credo indiscriminado sea necio o sensato?” (Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano).

Una de las aceptaciones que la Real Academia da al término “fe” afirma “en el cristianismo, virtud teologal que consiste en el asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia.” La fe está vinculada con las creencias. Un interesante tema de análisis es si las creencias que tenemos son voluntarias o involuntarias. ¿Los valores en los que creo son aquellos en los que quiero creer o no dependen de mí?  Un tema conexo, que es un clásico, es el libre albedrío: los seres humanos son libres a la hora de tomar decisiones para elegir el Bien o el Mal. 

Lo que plantea el Filósofo de Abelardo es una crítica a la frase de Gregorio sobre si la fe necesita pruebas racionales. Puede ser interesante someter a un análisis racional las diferentes creencias religiosas, pero el ámbito de la fe está en otra dimensión. Los creyentes tienen fe, aunque no tengan pruebas según otros, y no obstante, este es el punto clave, siguen eligiendo lo que consideran que es el Bien.

En el mismo diálogo, Abelardo pone en boca del Filósofo la siguiente pregunta: “A mí entender esa es la misma felicidad a la que Epicuro llama placer y vuestro Cristo, Reino de los Cielos. Sin embargo, ¿qué importa el nombre que le demos con tal de que la realidad de la cosa siga siendo la misma?”(…) 

A lo que el Cristiano replica que “es incorrecto decir que algo es el sumo bien, si se puede hallar algo que lo supere. Pues lo que es inferior o menos que otra cosa no puede, en modo alguno, ser llamado supremo o sumo. Ahora bien, es evidente que toda felicidad o gloria humana es, con mucho y de forma inefable, superada por la divina. Así pues, ninguna felicidad, fuera de la divina, puede propiamente denominarse suprema. Y, aparte de Dios mismo, nada hay que pueda, en rigor, denominarse el sumo bien” (Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano).

La Real Academia define inefable como que “no puede explicarse con palabras”. El epicureísmo es un doctrina, de la Antigüedad clásica, que aboga por la moderación basada en una clasificación sabia de deseos y placeres. Lo que el Cristiano de Abelardo quiere mostrar en este punto es que la felicidad divina es suprema y supera cualquier forma de felicidad humana.

Cabe hacer dos reflexiones. La primera consiste en considerar que la felicidad divina, según el cristianismo, tiene un componente de vida eterna, más allá de la muerte de los seres humanos. Nuestras decisiones, libremente asumidas, en esta vida humana, tendrán su recompensa en la vida eterna. Cabe plantear qué ocurre si no existe tal vida eterna, ¿por qué actuar de tal modo como si la hubiera? Volvemos al tema de la fe y el libre albedrío. La cuestión clave en las actuales sociedades democráticas e interculturales es cómo organizar la convivencia de forma armónica de seres humanos, que sean o bien creyentes en diversas confesiones o bien que sean agnósticos o ateos.

La segunda cuestión es que, en la época de Pedro Abelardo, la sociedad y la Filosofía eran teocéntricas, Dios era el centro del mundo. Con la Modernidad, el ser humano se convierte en centro del mundo. La organización de la convivencia en la actualidad debe permitir hacer compatibles proyectos de vida de individuos con diversas creencias. La separación entre ética pública y ética privada, en la visión de Peces-Barba, deviene clave para entender que, en una sociedad democrática, no se puede legislar basándose en argumentos religiosos. Como proponen Rawls y Habermas con su idea del deber de civilidad, los creyentes de una religión que quieran participar en la esfera pública deben traducir su argumentos religiosos a términos civiles y compresibles para todos.

Más adelante en el diálogo, el Cristiano afirma: “realmente, si entendemos la virtud en su sentido propio, saber como aquello que obtiene mérito ante Dios, únicamente la caridad merecería aquel nombre. Pero si entendemos como aquello que hace que una persona sea justa, fuerte o moderada, debería, propiamente ser denominada, justicia, fortaleza o templanza” (Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano).

Es interesante porque en los monasterios medievales se hicieron copias manuales de los manuscritos de pergaminos de la obras de Platónh y Aristóteles y otros filósofos clásicos. A la vez que se forjaba una tipo de Filosofía, llamada Escolástica, que estaba apegada a los clásicos y a los Padres de la Iglesia. Una de sus características es que cristianizaron ideas y concepciones de la Filosofía clásica. En estas palabras del Cristiano de Abelardo esto se aplica al concepto de virtud. Las virtudes cardinales para Aristóteles son justicia, fortaleza, templanza y prudencia. Las virtudes teologales son fe, esperanza y caridad. Más adelante, vino Maquiavelo y recomendó al Príncipe no seguir estas virtudes cristianas si quería tener éxito en su función. Lo cual le ha creado cierta mala fama, como muestra el significado del adjetivo maquiavélico

En el diálogo entre un filósofo y un cristiano de Pedro Abelardo, el Cristiano afirma que “no se da cuenta de que el tiempo del merecimiento se limita a esta vida y el tiempo de la recompensa recae en la otra. Aquí es el tiempo de sembrar, allí será el de cosechar. Por ello aunque la recompensa que se dé por los méritos nos haga mejores, ello no merece otra recompensa, pues ésta se establece únicamente para remunerar méritos y el goce  de la misma no conlleva el que se merezca más por añadidura” (Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano).

Si para conseguir lo mejor en la vida eterna, en esta vida se elige el Bien, en la toma de decisiones basada en el libre albedrío -dice el Cristiano de Abelardo- no hay que esperar más recompensa que la salvación en la otra vida. Aunque elegir el Bien nos hace mejores, no hay otra recompensa. Los proyectos individuales de salvación forman parte de la ética privada y las diversas sociedades han de basarse en valores, que forman la ética pública, que puedan permitir la convivencia armoniosa de personas con  backgrounds  diversos e igual dignidad.

Anselmo de Canterbury, sobre la existencia de Dios

Anselmo de Canterbury propone un argumento que busca demostrar la existencia de Dios.


Anselmo de Canterbury nació en Aosta, Italia, en 1033. En la famosa abadía de Bec, en Normandía,fue monje, dedicándose al estudio. Llegó a abad, siendo muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.

Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.

Sus obras principales son Monologion, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogion, o la fe que busca la inteligencia. Anselmo de Canterbury es famoso por su argumento para demostrar existencia y naturaleza de Dios.

Como destaca Mariano Álvarez Gómez en la Introducción a esta obra, “una de las cosas llamativas del argumento es el hecho tanto de que fuera rechazado por lo filósofos medievales, filosofo y teólogos, como de que fuera admitido, en lo esencial, por filósofos como Descartes, Spinoza, Leibniz y Hegel”.

En el tratado denominado Proslogion se afirma: “Y, sin duda, creemos que tú –refiriéndose a Dios– eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse.

Pero ¿Y si no hay una tal naturaleza, puesto que “dijo el insensato en su corazón: no hay Dios” (Sal 13,1 y 52, 1)? Pero, ciertamente, ese mismo insensato cuando oye esto mismo que digo: “algo mayor de lo cual nada pueda pensarse”, entiende lo que oye, y lo que entiende está en su entendimiento, cuando no entienda aquello es. En efecto, que una cosa sea en el entendimiento es algo diferente de entender que la cosa es” (Proslogion, II).

Siguiendo esta línea, se podría concluir que el entendimiento humano es limitado y más allá de uno de sus límites, está Dios. Podría considerarse que éste podría ser una de las dimensiones de la vida humana que surge porque ésta es limitada, frente a lo ilimitado de Dios. El espacio y el tiempo también son dimensiones de la vida humana y Dios está más allá de éstas. 

Más adelante, Anselmo de Canterbury afirma: “por tanto, Señor, no sólo eres aquello mayor que lo cual nada pueda pensarse, sino que también eres algo mayor de lo que pueda pensarse. Pues, dado que puede pensarse que hay algo así, si tú no eres eso mismo, entonces puede pensarse algo mayor que tú, lo cual no puede ocurrir” (Proslogion, XV) .

La ciencia y la religión afrontan de manera diversa la dicotomía entre realidad objetiva y sujeto cognoscente. Las grandes explicaciones buscan colmar las lagunas que al existencia humana comporta. El problema aludido aquí por Anselmo tiene cierta similitud con las paradojas del tipo “puede hacer Dios una montaña que dios no pueda mover” o puede “el soberano hacer un ley que el soberano no pueda derogar”. El aspecto paradójico del mundo nos acerca de otra forma a la dinámica objeto/sujeto.

Sobre la noción de tiempo, Anselmo afirma “¿acaso de tu eternidad nada pasa para ya no ser, ni nada ha de ser como si aún no fuese? Por tanto, no ha sido ayer o será mañana, sino que ayer, hoy y mañana eres. Mejor dicho: ni ayer ni hoy ni mañana eres, sino que eres separadamente de todo tiempo. Pues no otra cosa es ayer, hoy y mañana que ser en el tiempo; tú, en cambio, aunque nada sea sin ti, no eres sin embargo en un lugar o en un tiempo, sino que todas las cosas son en ti. Pues nada te contiene, tú contienes a todas la cosas” (Proslogion, XIX).

El tiempo es una dimensión existencia humana, pero ¿hasta qué punto forma parte de la realidad objetiva? Según Anselmo de Canterbury, Dios está en la realidad objetiva y contiene todas las cosas. Esto significa que está más allá del tiempo.  La cuestión clave, si se acepta este principio metafísico, es ¿a qué obliga Dios a los hombres?  La clásica pregunta sobre el deber ser. Cada religión, Filosofía o ética puede proveer su respuesta, algunas sin esas implicaciones metafísicas.

En el Proslogion, se incluye la réplica de Gaunilón que es escéptico con el argumento expuesto previamente, con estas palabras: “acaso no podrá decirse del mismo modo que también tengo en el entendimiento cualesquiera cosas falsas y de ningún modo en absoluto existentes en si mismas cuando, al decirlas alguien, yo entendiste todo lo que dijese? No, si no consta que aquello es tal que no puede tenerse en el pensamiento del modo en que se tiene también cualesquiera cosas falsas o dudosas, y, por tanto, no se dice que aquello que he oído lo pienso o lo tengo en el pensamiento, sino que lo entiendo y lo tengo en el entendimiento; pues, evidentemente, yo no podría pensar esto de otro modo que entendiéndolo, esto es, comprendiendo por ciencia aquello que existe en la realidad misma” (Qué responde a esto alguien en nombre del insensato, 2).

Esta crítica sobre el argumento de la existencia de Dios se podría considerar una crítica interna. Viene a afirmar que si tenemos un concepto de Dios y lo entendemos, este no está más allá de lo que pueda pensarse. Esto incide en los capacidades del entendimiento humano y la conceptualización. Anselmo parte de que estas tienen límites y en estos allí sitúa a Dios. Pero la réplica de Gaunillón es Dios es un concepto que los seres humanos utilizan y entienden.

La réplica de Anselmo a Guanillón sostiene que: “con respecto a lo que opinas, que si se entiende “algo mayor de lo cual nada puede pensarse” no se sigue que ello es en el entendimiento y que no por ser en el entendimiento es también en realidad, yo digo con certeza: si puede la menos pensarse que es, es necesario que sea. Pues “aquello mayor que lo cual nada puede pensarse” no puede pensarse que es sino sin inicio. En cambio, todo lo que puede pensarse que es, y no es, puede pensarse con un inicio. Por tanto, “aquello mayor de lo cual nada puede pensarse” no puede pensarse que es sin que sea. Por consiguiente si puede pensarse que es, lo es por necesidad” (Qué responde a esto el autor de este opúsculo, I).

En su respuesta, Anselmo de Canterbury reitera su argumento sobre que Dios se sitúa más allá de los límites del pensamiento. Pensar que los seres humanos estamos limitados por unas dimensiones determinadas puede ser útil para saber auto interpretarnos de la mejor manera.

Maimónides, Guía de descarriados

Maimonides escribió en 1190 una obra llamada Guía de Perplejos o también traducida como Guía de descarriados.


Moisés ben Maimón, conocido entre los cristianos como Maimónides, nació en Córdoda en 1135 y murió en el Cairo 1204. Fue un médico, rabino y teólogo judío del Al-Andalus. También dio una serie de conferencias filosóficas -en descanso de sus tareas médicas- que le consagraron su fama. 

Escribió una Guía de perplejos (1190), también llamada Guía de descarriados. Algunos la consideran la Suma teológica de la filosofía del judaísmo. Tiene influencia de Aristóteles y del que se aparta si no es compatible con creencias y dogmas judíos. Es considerado un pensador independiente, con influencias clásicas, con un enfoque racionalista. Su erudición es sólida y amplia, en el contexto de vivir como un judío en territorio musulmán.

De su obra Guía de descarriados, se analizarán a continuación, algunas de  “Las doce proposiciones fundamentales del sistema de los motacálimes”–teólogos musulmanes-. Son en su mayoría afirmaciones de gran calado metafísico y algunas con relevancia teológica.

En la primera proposición afirma la existencia del átomo, que son pequeñas partículas que, por su sutileza, no se pueden dividir. Epicuro ya había hablado de los átomos. La segunda proposición afirma la existencia del vacío, para que esas partículas se puedan unir y separar y para que pueda verificarse el movimiento. 

La tercera proposición afirma que el tiempo está compuesto de instantes. Que se conciben como muchos tiempos que por su breve duración son indivisibles.

La cuarta proposición sostiene que la sustancia no puede separarse de los numerosos accidentes. Este proposición está inspirada en la distinción aristotélica entre sustancia y accidente. En la sustancia se puede encontrar su generación y su corrupción y, en cambio, los accidentes son cantidad, cualidad, relación, modo, hábito… 

Es interesante porque esta proposición tiene que ver con un extremo de la polémica liberal comunitarista. En concreto, la crítica de Sandel a Rawls, donde éste afirma que el “yo es anterior a los fines” mientras Sandel crítica que los fines son definitorios y constitutivos de la identidad de los individuos. Rawls alegaría que el sujeto siempre realiza elecciones sobre sus fines y éstos pueden cambiarse. Esto me recuerda algo importante sobre lo que formar consensos es saber distinguir entre que es lo realmente principal y lo accesorio en la vida.  

La quinta proposición afirma que en la sustancia simple (o átomo) existen los accidentes de que hablaré, de los cuales es inseparable. Dicen que cada uno de los átomos que Dios crea tiene accidentes, de los cuales es inseparable, como por ejemplo, el olor y el color,  el movimiento o el reposo.

No se sigue que los átomos necesariamente reproduzcan a nivel micro los accidentes a nivel macro. Pueden darse unos accidentes como átomos, pero no ser lo mismos a nivel macro.

La sexta proposición dice que el accidente no dura dos instantes. “La características del accidente es no durar ni subsistir dos tiempos, es decir dos instantes; el accidente, una vez creado, no permanece, se va, y Dios crea otro accidente de la misma especie.”

Esta proposición metafísica es bastante discutible ya que significa que los accidentes sólo duran un instante, nunca dos. Y cuando se acaba un instante se crea otro, ¿con los mismos accidentes?  Es una noción extraña de tiempo e implica una renovación constante, a cada instante, de los accidentes.

La décima proposición afirma que lo posible no está determinado por la conformidad de la cosa con la representación. Esto significa que son del parecer de que “todo lo que es imaginablees también admisible por la razón”. Esta afirmación metafísica es también bastante discutible ya que se pueden imaginar cosas irracionales o contrarias a la razón puesto que se trata de un simple ejercicio de la  imaginación. 

También se afirma que “la reunión de dos cosas contrarias en un mismo sujeto y un mismo instante es un absurdo, que la razón no puede admitir”. Este es el principio de no contradicción que se afirma en los sistemas de lógica clásica. 

La undécima proposición afirma que en cuento a la inadmisibilidad de lo infinito, lo mismo da que éste se en acto, en potencia o accidentalmente, es decir, que lo mismo da que las cosas infinitas existan simultáneamente o que se reputen compuestas de lo que es y lo que ya no es – esto es, ser accidental- todo eso, dicen es igualmente inadmisible.

El negar la existencia del infinito es una afirmación que realiza Maimonides de gran calado, aunque luego matiza su alcance. Tiene implicaciones sobre las dimensiones o accidentes del mundo o, incluso, el concepto de Dios. Desde nuestra perspectiva, el concepto de infinito puede tener suficiente poder explicativo. 

La duodécima proposición sostiene que los sentidos inducen a error, por escapar a su percepción muchas cosas, y que, por consiguiente no se debe admitir su testimonio ni tomarlos de un modo absoluto como principios de un demostración. 

Así Maimonides afirma que “muchos objetos sensibles se les escapan o lo sentidos engañan en sus percepciones”. La Historia de las Ideas tiene como uno de sus ejes la controversia entre idealistas y empiristas donde, mientras los primeros han desdeñado los sentidos –como hace Maimonides-, los segundos basan su percepción de la realidad en los sentidos.

Esta Guía de descarriados de Maimonides advierte que el mundo se manifiesta para nosotros en unos accidentes y unas circunstancias determinados/limitados y que éstos se muestran indisociables de sus sustancias.

Agustín de Hipona, Ciudad de dios

 

 

En la Edad Media se seguía la doctrina de las dos espadas, que distinguía entre el báculo -poder religioso- y el cetro -poder civil-.

 

Agustín de Hipona es uno de los pensadores más destacados de la Edad Media. Es Santo y Doctor de la Iglesia católica. Es un autor prolífico donde busca conseguir una síntesis de fuentes clásicas y cristianas. Sus obras más destacadas son  Confesiones y Ciudad de dios. Precisamente una interpretación de esta obra recibió el nombre de agustinismo político y tenía como idea central la subordinación de la política a la religión. Este enfoque fue muy influyente en la Edad Media y, según algunos, persiste en tiempos actuales. Sin embargo, de la literalidad del texto de la Ciudad de dios no se desprende necesariamente esta tesis central del agustinismo político.

En las primeras páginas de la Ciudad de dios se puede leer: “lo cierto es que estas dos ciudades se hallan confundidas y mezcladas en este tiempo, hasta que sean separadas por el juicio final; acerca de su origen, su desarrollo y su obligado final expondré lo que creo que ha de decirse, en la medida en que me ayude la voluntad divina, para gloria de la ciudad de Dios, que brillará con más claridad al ser comparada con las demás” (Ciudad de dios, I.35).

En inicio la obra, Agustín dedica esencialmente a responder de forma general a las acusaciones contra la religión cristiana, que, al prohibir el culto de los dioses paganos, trajo tantos males a Roma, especialmente el saqueo de Alarico en 410. Con este objetivo, distingue una ciudad celestial, llena de virtudes, y una ciudad terrenal, donde abundan males y pecados. Pero lejos de la imagen tópica –y equivocada- que distingue a estas ciudades como espacios físicos distintos, Agustín en este párrafo muestra como ambas ciudades están mezcladas y, entonces, se trata más de una cuestión personal de cómo se orienta la vida, hacia el bien o hacia el mal.

Más delante, se puede leer: “incomparablemente más ilustre es la ciudad celeste, donde la victoria es la verdad; la dignidad, santidad; donde la paz, felicidad; donde la vida, eternidad. Si tú sentiste rubor de tener personas tales en tu comunidad, ella mucho menos admite en la suya tales dioses. Por lo tanto, si deseas llegar a la ciudad bienaventurada, evita la sociedad de los demonios” (Ciudad de dios, II, 29).

En la obra Ciudad de dios, se dan las características de dos ciudades como un contraste en entre virtudes celestiales y vicios terrenales. La moraleja que busca establecer Agustín de Hipona es que la decadencia del Imperio romano no fue debida a la adopción del cristianismo como religión oficial, sino más bien a una pérdida de valores en la diversas costumbres.

Una interpretación de esta obra de la Ciudad de dios fue muy influyente en la Edad Media ya que sostenía que el poder político debía estar subordinado al poder religioso. Esta conocida como teoría de las dos espadas: el cetro y el báculo. El feudalismo se organizó con una supremacía del poder religioso. En aquella época, los monasterios eran centro de cultura donde se trasmitían la obras de los autores clásicos con las copias de pergaminos. Algo que reflejó Umberto Eco en la novela El nombre de la rosa.

Esta teoría también es conocida como agustinismo político. Una cuestión relevante es si esta teoría pervive en al actualidad. Desde el liberalismo se ha considerado que existe un pacto que separa la esfera publica –donde domina los valores de la justicia- y la esfera privada –donde cada uno puede seguir sus valores de felicidad, virtud o salvación-. Esto significa que el poder tiene límites y no puede imponer moralidades densas, porque los individuos en su esfera privada son libres, con el límite del daño a terceros. Dependiendo del país y su cultura política, la religión juega diversos papeles y dan diversas versiones del secularismo centrado en la separación Iglesia-Estado y la neutralidad estatal sobre las diversas religiones.

En un famoso pasaje de la Ciudad de dios, se puede leer: “así pues, si se elimina la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones? , porque también las bandas de ladrones ¿qué son sino pequeños reinos? Una banda es también una cuadrilla de hombres, se rige por el mando de un jefe, se cohesiona mediante un pacto de asociación, el botín se reparte según la proporción convenida. Si esta calamidad crece por la adición de hombres perdidos hasta el punto de poseer territorios, establecer asentamientos, ocupar ciudades, someter naciones, se apropia más abiertamente del nombre de reino, que ya de forma manifiesta le confiere no la eliminación de la ambición, sino la legitimación de la impunidad.” (Ciudad de dios IV, 4).

Este fragmento se utiliza habitualmente para explicar la controversia entre iusnaturalismo y positivismo jurídico. Básicamente, el primero sostiene que para definir al Derecho se necesita acudir a la Justicia –criterios morales- mientras el positivismo jurídico busca definir el Derecho a partir de criterios formales. Entonces, ¿Qué diferencia el Estado de la banda del ladrones? La respuesta sería que el primero busca la justicia.

Para clarificar el debate es bueno a acudir a Elías Díaz cuando sostiene que toda legalidad pretende ser legítima, pero no toda legalidad consigue ser legítima. El Derecho busca la justicia, pero no necesariamente consigue ser un Derecho justo.  Así se distingue el nivel del Derecho que es del nivel del Derecho que debe ser, visión central para comprender el enfoque positivismo jurídico metodológico.

En la Ciudad de dios, se puede leer: “dice que los filósofos de la naturaleza escribieron por la utilidad, los poetas por el deleite. Y, por esto, los escritos de los poetas, que no deben seguir los pueblos, son los crímenes de los dioses, que, sin embargo, deleitan tanto a los pueblos como a los dioses. Pues tal como dice, los poetas escriben por deleite, no por la utilidad; sin embargo escriben lo que los dioses exigen y los pueblos exhiben” (Ciudad de dios, VI. 6).

Esta reflexión sobre Filosofía y poesía, alude a un tema de actualidad como es la progresiva importancia de las emociones en política y en Filosofía. Determinados discursos y debates están en una línea de apelación a emociones –que podría verse como poética-. Esto esta potenciado por los medios. Lejos de rechazarlo frontalmente, lo relevante es identificar este uso -y manipulación- de las emociones y desarrollar un aprendizaje moral para calibrar las dimensiones que las emociones han de tener el ámbito político y filosófico. Que sea un territorio algo inexplorado, no debe significar que no se pueda estar atento y aprender de las emociones y su lenguaje moral. Como seres humanos somos una combinación diversa de razones y emociones.

Isidoro de Sevilla, “Sentencias” para la vida

Isidoro de Sevilla expone su visión sobre las virtudes y los vicios.

 

Se dan dos facetas simultáneamente en Isidoro de Sevilla. La primera como erudito y estudioso en una época de transición ente el Imperio Romano y la Edad Media y la segunda, como Arzobispo de Sevilla, Santo y Doctor de la Iglesia católica.

Su obra denominada Los tres libros de las “Sentencias” está escrita entre 612 y 615 d. C., y se comprende como un manual dogmático, moral y ascético. La Real Academia define ‘sentencia’ como “dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad”y ese era el sentido en que la se utiliza aquí el término. Este fue un libro muy leído durante la Edad Media. Tiene un trasfondo religioso unido con elementos de cultura clásica. Sus temas tienen que ver con asuntos de teología y otros de moralidad práctica. Está escrito en un estilo claro y conciso, propio del autor.

Hablando de las virtudes, Isidoro afirma: “como el  hombre partiendo de los vicios mas insignificantes, poco a poco cae en los mayores, así apoyándose en pequeñas virtudes, progresivamente se dirigen a las que están en la cumbre”.

Esto esta vinculado con la tesis de la unidad de las virtudes. Los estudiosos del enfoque de las virtudes sostienen que una virtud nunca está sola y que se acompañan de otras virtudes. Y lo mismo pasa con los vicios. Uno se convierte en virtuoso, actuando virtuosamente y, por tanto, al iniciarse practicando una virtud puede se la puerta a otras virtudes. Se trata de educar el carácter con hábitos y disposiciones que sigan un modelo de excelencia.

Sobre la soberbia sostiene: “los que se enorgullecen por sus virtudes han de ser juzgados por a las mismas obras que practican como virtudes, porque realizan una obra buena con intención no recta. (…) de la soberbia surge la arrogancia, no la arrogancia de la soberbia. Pues, si no ha precedido el oculto engreimiento del alma no se hace ostensible la presuntuosa alabanza”.

La Real Academia define la soberbia “altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros”. Y también como “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”.

Existen determinadas profesiones, o incluso la cultura propia de determinadas organizaciones, que se abonan fácilmente a caer en la soberbia. Cabe distinguir entre la autoestima y la soberbia, mientras que la primera es una positiva valoración de las propias características, en la segunda se da un exceso vanidoso.

Isidoro de Sevilla recomendaba la humildad y la oponía a la soberbia. Somos seres humanos, frágiles y vulnerables, es una mejor estrategia en la vida ser humilde que ser arrogante y soberbio. Esta estrategia de la humildad nos acerca de la mejor manera a los demás.

De la avaricia afirma que “nunca puede saciarse, pues el avaro siempre tiene necesidad y cuanto más obtiene tanto más intenta conseguir, y no sólo se tortura por el deseo de acrecentar sus bienes, sino que sufre por el temor del perderlos.”

La Real Academia define avaricia como “afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. Es curioso imaginarse a personas con grandes fortunas que luchan por tener cada vez más, cuando sus necesidades básicas están de sobra cubiertas.

Ese afán por querer tener cada vez más puede ser avaricia. Caben dos comentarios. La moraleja de la “mano invisible” del mercado de Adam Smith le lleva a la conclusión “vicios privados, virtudes públicas”. Gracias al egoísmo del panadero podemos tener pan cada día. El segundo comentario hace referencia a la visión de Aranguren y su crítica del ciudadano como consumidor satisfecho. El consumismo y su creación de necesidades inexistentes resultan en quitar tono moral a la democracia y convertir a los ciudadanos en consumidores, siempre con necesidades nuevas por satisfacer.

En Sentencias, se puede leer “la envidia del bien ajeno castiga al propio culpable ya que el envidioso se consume por allí por donde el bueno adelanta.”

La Real Academia define envidia como “tristeza o pesar del bien ajeno”. Algunas  personas que envidian tienen grandes sufrimientos. Cada logro de los demás supone aumentarlos. Su carácter es tal que pueden acabar por desear el mal ajeno, lo que de producirse quizá aliviaría su forma de sufrir.

Si se envidia no se tiene una visión equilibrada entre uno y los demás. Los envidiosos suelen ser personas competitivas en extremo. Es bueno alegrarse de los triunfos de los demás e, incluso, si la persona es cercana, cabe considerarlos como algo propio.

En otro pasaje, Isidoro de Sevilla afirma que “el veneno se oculta muchas veces revestido por la miel de las palabras, y el hipócrita simula bondad hasta que burla con el engaño.”

La hipocresía en extremo es un mal moral, pero moderadamente es algo necesario para la vida en sociedad. La buena educación afirma que hay situaciones donde es mejor no importunar a alguna persona con nuestras impresiones o pensamientos, porque parte de la educación se basa en la Regla de Oro: ¿nos gustaría que en esa situación, si tuviera que ver conmigo, simularan o fuesen sinceros?  Sin embargo, en otras situaciones, especialmente con relaciones personales o laborales con fuerte implicación, fingir o ser hipócrita es un mal moral.

Precisamente sobre la amistad, se afirma en las Sentencias “en la adversidad se descubre en seguida al falso amigo; en la prosperidad es incierta la amistad, ni sabe uno si es la persona o su felicidad lo que ama”.

La amistad es una de las mejores cosas en la vida. Cabe afirmar que las amistades pueden basarse en la benevolencia o en el interés. Si las cosas van mal, las amistades por interés desaparecen y, entonces, se mantienen únicamente la amistades por benevolencia. Cultivar las amistades esperando encontrar la benevolencia recíproca es una buena forma de acercarse al ideal.

Agustín de Hipona, contra los académicos

Agustín de Hipona escribe contra visiones de la Filosofía que llevan al escepticismo.

 

Agustín de Hipona nació en Tagaste, actual Souk Abras –Argelia-, en el 354 d. C., vivió hasta el 430 d. C. y pasó parte de su vida en Roma. Su autobiografía se encuentra en su obra Confesiones, donde explica su proceso de conversión al cristianismo. Fue profesor de retórica y había pertenecido a la secta de los maniqueos. Fue Obispo de Hipona y es Santo y Doctor de la Iglesia católica.

En su obra Contra los académicos, critica los argumentos de los académicos – de la época clásica- que llevaban al escepticismo. Está escrita en forma de diálogo y tiene como base otro diálogo -hoy desaparecido- de Cicerón llamado el  Hortensio, que es una invitación abierta a la Filosofía y que cambió para siempre la vida de Agustín de Hipona.

En uno de los momentos iniciales de la conversación los participantes se plantean qué es el error. Y, entonces, uno de ellos afirma que “yo creo que el que yerra no vive según la razón, ni es dichoso totalmente. Es así que yerra el que siempre busca y nunca halla. Luego tú tienes que demostrar una de estas dos cosas: o que errando se puede ser feliz o que el que siempre investiga la verdad, sin hallarla, no yerra” (Contra los académicosI, 4, 10).

Este fragmento vincula la noción de verdad y la felicidad. ¿Se puede ser feliz sin conocer la verdad? La respuesta, según Estrategia Minerva Blog, es que todos somos filósofos y que gracias a la Filosofía –como perspectiva vital- cada uno conoce su Alfa y su Omega y se orienta moralmente. Y ese es un proceso interior para investigar la verdad y, se puede sostener, que en ese proceso interior y en esa perspectiva se encuentra ya la felicidad.

Después de hablar de diversas definiciones de sabiduría, uno de los participantes afirma “la mejor definición del camino que lleva a la verdad es la diligente investigación de la misma. El que tome este camino, será ya sabio; pero ningún sabio es desdichado y por otro lado, todo hombre o es feliz o es desgraciado; luego, el hombre feliz lo será no sólo por la invención de la verdad, sino también por su búsqueda(Contra los académicos, I, 5, 14).

En estas líneas, Agustín de Hipona aboga por la diligente investigación de la verdad que es el camino a la sabiduría y a la felicidad. Es una unión encomiable entre Teoría y Práctica, que realiza una afirmación de que ningún sabio es desdichado y esto no siempre se cumple. Pueden darse circunstancias adversas, pero el sentido de la frase es que alguien sabio sabrá hacer frente y dará el adecuado sentido a los acontecimientos. La vida es un gerundio –actividad en movimiento-, buscando diligentemente la verdad.

Desde la perspectiva escéptica, un participante del diálogo afirma: “si según sus argumentos, es probable que nada pueda percibirse y que a ninguna cosa se debe prestar asentimiento. Si logras demostrar esto, gustosamente me daré por vencido; pero si yo logro probar que es mucho más probable que el sabio puede llegar a la verdad, y que el asentimiento no siempre se debe suspender, no tendrás tu ninguna razón para no pasarte a mi lado” (Contra los académicos, II, 13, 30).

Agustín ha conectado verdad y felicidad, pero existen posiciones que sostienen que no es posible conocer los valores morales, como afirman variantes del escepticismo moral. Me refiero a visiones filosóficas con una narrativa cercana a literatura, con una retórica brillante, pero que acaban por justificar que todo valeen ética. Desde el escepticismo moral es difícil construir en ética o en Derecho. Los valores nos permiten orientarnos moral -y jurídicamente- y sirven para organizar la convivencia en común.

En otro pasaje de Contra los académicos se afirma: “-Quiero que me digas, le dije yo, la diferencia que hay entre el filósofo y el sabio.

– Entre el sabio y el aspirante a la sabiduría no hallo sino esta diferencia: las cosas que el sabio posee como hábito, el aspirante las tiene en el ardor del deseo.

-Pero en fin ¿a qué cosas te refieres? Pues para mí la diferencia es: el uno conoce la sabiduría, el otro quiere conocerla”(Contra los académicos, III, 3, 5).

Es interesante porque aquí uno de los participantes mantiene que la sabiduría es un hábito y esto está vinculado con la noción de virtudes. De esta forma, uno puede adquirir una virtud si actúa virtuosamente. Cabe mencionar que en el enfoque de las virtudes, la experiencia tiene un papel central. El consejo de alguien con más experiencia puede valer, pero siempre existe la tentación de experimentar por uno mismo. La búsqueda de la sabiduría ha entonces de ser un camino hacia la verdad y frente al error. Filosofía significa“amor por el saber”y buscaba ser un actitud vital distinta de los sofistas, que eran sabios profesionales. Filosofía consiste en preguntar para Sócrates, pero también es un actividad vital para orientarse. Es la brújula de los seres humanos.

En la parte final del diálogo, habla el propio Agustín con estas palabras: “tengo propósito de consagrar mi vida a la investigación. Y como para esta labor me impedían con bastante fuerza los argumentos de los académicos contra ellos me he fortalecido con la presente discusión. Pues nadie es dudoso que una doble fuerza nos impulsa al aprendizaje: al autoridad y la razón. Y para mí es cosa cierta que no debo apartarme de la autoridad de Cristo, pues no hallo otra más firme. En los temas que exigen arduos razonamientos –pues tal es mi condición que impacientemente estoy deseando conocer la verdad, no sólo por fe, sino por comprensión de la inteligencia- confío entre tanto hallar entre los platónicos la doctrina más conforme con nuestra revelación” (Contra los académicos, III, 20, 43).

En este pasaje se promueve lo que sería la mentalidad medieval como una síntesis entre platonismo y cristianismo. Como es conocido, los monasterios medievales guardaban pergaminos con las obras clásicas que iban transcribiendo en una laboriosa tarea. En ese proceso surgen una serie de autores que adoptan las ideas de Platón y Aristóteles y las interpretan desde una perspectiva cristiana.

En Contra los académicos, Agustín de Hipona plantea el vínculo intrínseco entre verdad y felicidad -frente a los escépticos- y que su búsqueda diligente es una actividad valiosa, que nos permite descubrir estos valores, investigando, filosofando, viviendo.

Isidoro de Sevilla, orígenes de las palabras

En Etimologías, isidoro de Sevilla estudia el origen de las palabras.

 

En el siglo VII d. C., sobresale la figura de Isidoro de Sevilla. Tras la caída del Imperio Romano, en el contexto de la Hispania visigoda, existen pocas figuras intelectuales de su relevancia. De un saber erudito, que unía fuentes clásicas y cristianas, fue autor de varias obras que compilaron los conocimientos de la época. La más importante de éstas, se denomina Etimologías y constituye una auténtica enciclopedia en las disciplinas de su tiempo como, entre otras, la gramática, la retórica, la matemática, la medicina, las leyes, la agricultura o la arquitectura.

Es una obra que, en un inicio, iba a llamarse Orígenes porque “estudia el origen de los vocablos ya que mediante su interpretación se llega conocer el sentido de las palabras y los nombres.” Tiene una finalidad enciclopédica con un método filosófico. Y entre sus páginas se encuentran algunos términos de origen griego o latino que, en la actualidad, siguen marcando el abc de muchas disciplinas. Algunos enfoques, ideas y matices no llevan tan bien el paso del tiempo, pero es interesante darse cuenta de este contraste.

La matemática se define como la ciencia que “se dedica la estudio de la cantidad abstracta” y en la que se incluyen, por influencia clásica, la aritmética, la música, la geometría y la astronomía. Es maravilloso el capítulo que se llama “acerca del hombre y los seres prodigiosos”, donde se incluye información sobre seres como gigantes, sátiros, sirenas, cíclopes, hermafroditas, quimeras, hidras y centauros.

En el apartado “Acerca de la retórica y la dialéctica” se puede leer: “tres son los tipos de procesos: el deliberativo, el demostrativo y el judicial. El tipo deliberativo es aquel en que se debate lo útil para la vida, qué es lo que debe o no debe hacerse. En el tipo demostrativo se presenta una persona que es digna de alabanza o reprensión. En el judicialse emite una sentencia de castigo o recompensa sobre algo realizado por una persona.”

El tipo deliberativo tiene este nombre porque en él se “delibera” sobre cada una de las cosas. A su vez entraña una doble clase: la persuasión y la disuasión, es  decir, si debe desearse algo o debe rechazarse. En el tipo demostrativo, se da la alabanza o la censura de una persona. Y añade “la persuasión precisa de otra persona, mientras que la deliberativa puede realizarla uno consigo mismo. En la persuasión, dos cosas son de gran peso: la esperanza y el temor.”

En los medios de comunicación tradicionales, y en los nuevos medios de internet, se realizan estos procesos deliberativos, demostrativos y judiciales, a veces de forma sutil y, en otras, de forma más grosera. Los medios educan y señalan los límites de lo permitido y lo prohibido, lo alabable y lo censurable. Pero la forma de plantear estos objetivos no siempre es directa y explícita, especialmente en los medios audiovisuales y digitales que utilizan otros lenguajes mediáticos. Algo especialmente relevante para la ética periodística son los “juicios paralelos”, las fake news y la noción de posverdad.

Se debería aprender a deliberar con criterio adecuado en una sociedad de personas libres e iguales, sin que los medios de comunicación sean un obstáculo, sino más bien una garantía para el escrutinio de la mejor persuasión y disuasión.

Inspirándose en Porfirio, Isidoro de Sevilla define al hombre como “animal racional, mortal, terreno, bípedo y con capacidad de reír” y añade que lo característico es que “únicamente el hombre tiene capacidad para reírse y, excepto él, ningún otro animal”.

El enfoque kantiano define al ser humano como racional y autónomo y el enfoque aristotélico como alguien con capacidad de sufrimiento. Dependiendo de cuál de estos enfoques se adopte, se puede considerar si la distancia entre el ser humano y el resto de los animales es mayor o menor. De esta definición de Isidoro de Sevilla de hombre lo característicamente humano es la “capacidad de reír”. El humor como algo definitorio de los humanos, nos remite a la controversia de si el humor tiene límites o no cabe limitar la libertad creativa en temas de humor. Como se planteó en el caso Makoki donde se unía humor con lenguaje del odio.

En otro pasaje de Etimologías se puede leer “Filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas, acompañado de llevar una vida irreprochable.” Más adelante, especifica que el filósofo es “el que observa todas las reglas del bien vivir”.

Esto plantea la distinción entre Filosofía como quehacer académico y como actividad, cuya unión estaba vigente en el mundo clásico. Se demandaba una coherencia entre la Teoría y la Práctica, entre las palabras y las acciones. Quizá la vida privada de los filósofos ha dejado de interesar desde la famosa obra de Diógenes Laercio titulada Vida de filósofos ilustres, pero está de actualidad el escrutinio de la vida privada de los políticos, en tanto afecte a los asuntos públicos.

Cabe señalar que a los políticos, como representantes públicos, se les puede pedir coherencia entre sus planteamientos públicos y sus comportamientos privados y  ejemplaridad, por la especial posición que el impacto público de sus palabras y acciones puede tener en el resto de la población.

Más adelante puede leerse “el foro es el lugar donde se resuelven las querellas jurídicas. Su nombre deriva de fari (hablar).” “Se dice negotium en el sentido de nec otium, “sin ocio”. Cuando se trata de litigios jurídicos, se emplea el término negotium; y se reserva el de negotatiato para los asuntos comerciales, en los que se da algo para obtener una mayor ganancia.”

Esta diferencia entre el pleito jurídico –negotium– y los asuntos comerciales –negotiato– pone de manifiesto lo que, en Teoría de la Negociación, ocurre con las consecuencias de que la Zona de Posible Acuerdo –ZOPA- se define a partir de la distancia entre la Mejor Alternativa a No Negociar (BATNA por sus siglas en inglés) de cada una de las partes. En este contexto, el dicho de “mejor un mal acuerdo que un buen pleito” puede tener sentido si las partes pueden ganar algo en la cooperación mutua, pero, en ocasiones, seguir la vía judicial es la única forma de que se haga justicia o se restablezca un derecho.